sábado, 1 de junio de 2013

HUELGA ACTORES 1975. 1

La huelga de actores del 4 al 12 de febrero de 1975 (1)





Cómicos. Víctor Manuel. 
Canción compuesta a raíz de la huelga.





Hace años, cuando creí que la jubilación anticipada me librada del duro banco de la galera burguesa a la que estaba amarrado y que se abría ante mí el feliz disfrute libertario de la ancianidad prematura, pensé que había algunos temas sobre los que me apetecía trabajar. En general temas relacionados con la memoria histórico-político-cultural que no hubieran sido tratados suficientemente o de la manera que me parecía más conveniente. Así pensé que la historia que sigue podría dar lugar a un buen documental, pero todo se quedó en un archivo informático que ahora recupero en dos partes (que es largo) sin apenas cambiar más allá de un par de docenas de palabras.

LA SEMANA QUE LOS ACTORES CERRARON LOS TEATROS




Programa de mano

El cuatro de febrero de 1975 sucedió un hecho único, que nunca antes había sucedido y que no volvería a suceder después. Aquel día los madrileños que quisieron acudir a alguna representación teatral se encontraron en las taquillas, cuando fueron a comprar la entrada, un cartel que indicaba que la función se suspendía por incomparecencia de los actores. ¿Dónde se había visto eso? ¡Los cómicos de huelga!

Antes de levantar el telón del drama vamos a echarle un vistazo al escenario en el que se desarrolló la acción.

1975 fue un año lleno de acontecimientos que cerró un periodo de la historia de España con la muerte del Caudillo el 20 de Noviembre, pero en el que, además, tuvieron lugar otros hechos de singular relevancia histórica y gran dramatismo. Con el dictador ya con un pie en la tumba y en medio de una lucha interna de las propias familias del régimen que aspiraban a la sucesión, fueron doce meses en los que la represión alcanzó cotas no conocidas desde las postrimerías de la guerra civil. El 27 de septiembre, dos meses antes del fallecimiento el dictador, se produjeron las últimas ejecuciones del franquismo, siendo fusilados dos militantes de ETA y tres del FRAP. Tres trabajadores murieron a disparos o torturas de la policía y varios más fueron heridos de gravedad en distintas manifestaciones. Un guardia civil y tres agentes de la Policía Armada cayeron asesinados en atentados del FRAP. Se detuvo a la dirección de la Unión Militar Democrática (UMD). Se cerraron universidades. Se detuvieron periodistas y se secuestraron publicaciones. Se decretó estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa… Por otro lado, también ese año tuvo lugar la creación de la Junta Democrática de España, y posteriormente de la Platajunta, en la que se agruparon las principales fuerzas democráticas, que ya tomaban posiciones para el futuro. Hubo huelgas, manifestaciones y protestas a troche y moche y el Episcopado hizo un llamamiento a la “reconciliación”.

En aquel ambiente tórrido, la huelga de actores, que precedió a todo lo señalado, tuvo una considerable significación política y consiguió una importante repercusión pública y mediática. No sólo participaron en ella relevantes nombres de la escena española junto a jóvenes actores procedentes del comprometido teatro independiente, sino que se solidarizaron todos los estamentos profesionales --de directores de escena a técnicos y autores o músicos-- y de los principales países del mundo llegaron mensajes de apoyo. En pocos días no sólo cerraron los teatros y se suspendieron espectáculos, también fuera de Madrid, sino que también se suspendieron recitales y pararon los rodajes de cine y televisión. Y, sobre todo,  hubo muchas anécdotas. Todo tipo de anécdotas. Dramáticas, con detenciones y multas incluidas, patéticas, humorísticas e incluso heroicas, aunque estas tuvieran un cierto toque sainetesco, como corresponde a la profesión. Algunas, incluso, resultaron significativas.

Pese al comienzo gremialista de las reivindicaciones, el enfrentamiento acabó politizándose (porque todas las huelgas se politizaban en aquellos años y porque así debía ser), al negarse el sindicato oficial a reconocer a la comisión elegida en asamblea, y por consiguiente a hablar y negociar con sus integrantes. Las peticiones que habían iniciado el paro pasaron entonces a un segundo plano, y tomó su lugar la lucha sobre quién ejercía la representación de los trabajadores. ¿Quiénes debían participar en las negociaciones con las empresas: los enlaces sindicales oficiales, algunos de los cuales apoyaron el movimiento que se les enfrentaba desde el principio, a la comisión de once miembros elegida por los propios actores en sus multitudinarias asambleas? En definitiva, fue ese conflicto político de libertad de asociación y sindical, sin dejar de lado las reivindicaciones profesionales concretas, lo que le dio sentido a la huelga y lo que la hizo alcanzar, junto a las detenciones que se produjeron, la repercusión internacional que tuvo. 

Sin embargo, en medio de aquel torrente de acontecimiento históricos de 1975, una huelga de actores, por mucho que fuera un hecho singular y único, apenas seguiría teniendo, pasados 38 años, otra relevancia que la anecdótica. En su momento, no obstante, resultó un éxito político total que cumplió los objetivos deseados: se consiguió la unión de la profesión, se ganó el pulso de representatividad al sindicato vertical, se extendieron por todo el mundo los actos de protesta contra la dictadura, se popularizó la causa de la democracia entre la profesión y, lo que era más importante, entre los ciudadanos, y, en definitiva, se expusieron en carne viva ante todo el mundo las contradicciones del sistema. Las reivindicaciones profesionales concretas, que en aquel momento no se lograron del todo, llegarían muy pronto como inalienables derechos laborales de los actores. 

Una prueba de su victoria la constituye la dimisión, desbordados por las asambleas a los dos días de huelga, de los enlaces sindicales oficiales (Manuel Gallardo, Antonio Casas, Jesús Puente, José Sacristán, Rafael Guerrero, Alfredo Landa, Antonio Pérez Bayod, Julia Tejela, Julio Ruiz Tejela y Luis Lasala), de los que sólo Sacristán apoyó la huelga desde el principio.


Aún teniendo en cuenta aquel triunfo político, la huelga en concreta no ocupa otro lugar en la historia política de España más que una nota a pie de página. Hay otro terreno, sin embargo, en el que aquella sublevación de los cómicos podría tener la dimensión simbólica de haber supuesto un punto de inflexión decisivo en la historia de la profesión actoral y en su evolución desde las catacumbas de los corrales de comedias hasta los focos de los premios Goya o Max. Nada fue igual a partir de ella, convirtiéndose aquel paro en un eje que marcó un antes y un después tanto en las condiciones laborales de los actores como en la conciencia artística y cultural sobre su propio trabajo, así como en la consideración social de la profesión y el reconocimiento intelectual y crítico de la labor interpretativa.

Unos meses después de aquel febrero, Adolfo Marsillach escribió que con la huelga, “nuestra profesión ha adquirido, por primera vez desde su existencia, la conciencia clara de lo que re presenta. En unos días hemos borrado para siempre la imagen bohemia del trotamundo mendicante. Ya no somos bufones, porque nos negamos a seguir siéndolo”, concluyendo que  ya no se trataba “de representar un crimen, sino de entenderlo y de asumirlo”.

Otras valoraciones posteriores no han sido tan optimistas. Tina Sainz, que participó en primera línea en la huelga, consideraba en un reportaje publicado en El País en 1996 que, pese a haber sido un éxito político, aquel paro también tuvo secuelas negativas. "En este sentido, dimos un paso atrás. No supimos diferenciar al empresario de paredes, al dueño del local, que era el que imponía unas condiciones leoninas, ganando dinero sin arriesgar nada, del empresario de compañía, que era en definitiva el que nos daba la posibilidad de trabajar. Entre otros, tenían compañía Gutiérrez Caba, Alberto Closas, Adolfo Marsillach, Nuria Espert, María José Goyanes... y no supimos diferenciar, los metimos a todos en el mismo saco", y prosigue analizando que tras aquella huelga “los actores impusimos unas condiciones laborales que las compañías no podían sostener y de hecho la mayoría desaparecieron. La iniciativa privada dejó de producir y los teatros han tenido que recurrir a las subvenciones para sobrevivir. Esto al poder le viene muy bien, porque tiene un teatro complaciente y de paso neutraliza la crítica". Es una dura conclusión (que curiosamente se parece a la que Berlanga sacaba de las famosas conversaciones de cine de Salamanca de 1955 en el sentido de que sirvió para hacer películas más concienciadas y maduras, pero hundió los estudios y la industria) que sin duda resultará polémica, pero que apoya el dato de los 19 teatros madrileños que cerraron aquella semana, salas comerciales de buenos escenarios y gran aforo que mantenían representaciones diarias, una cifra que para alcanzarla hoy quizás fuera necesario juntar los locales de varias ciudades.

Sea como sea, a la hora de valorar la huelga como punto de inflexión de la profesión, habría que tener en consideración varios elementos para darle su verdadera dimensión. El paro no surgió de la nada, sino que fue consecuencia de una larga evolución anterior de la profesión, que había fomentado la construcción de un colectivo laboral específico, con unas relaciones de trabajo muy distintas a las de las compañías tradicionales. En esa evolución influyeron varios factores concluyentes: la aparición de medios como la televisión y el cine, donde las relaciones laborales eran más constantes y tenían ya sus propias reglas proletarizadas; el nacimiento de nuevas generaciones de actores, formados no en el meritoriaje, práctica generalizada hasta poco antes, sino en las escuelas de arte dramático (oficiales o privadas); y muy especialmente, la incorporación regularizada a la profesión de los intérpretes y directores procedentes de los grupos del teatro independiente, más politizado y rebelde que el comercial, que jugaron un papel decisivo en la organización y el desarrollo de la huelga. A todos ellos se unieron de manera decidida los profesionales procedentes de la tradición teatral y del espectáculo, incluidos los grandes nombres, que resultaron fundamentales para la repercusión pública de la acción.


ARRIBA EL TELÓN

Cuesta de San Vicente. 
La policía vigila la puerta del Sindicato Provincial del Espectáculo 
en el que se celebraron las asambleas

ACTO PRIMERO

Cuadro 1. Monólogo desde el proscenio

Aunque la profesión de actor había venido cambiando profundamente desde finales de los años sesenta, quizás el antecedente inmediato de la huelga de actores habría que buscarlo a comienzos de enero de 1972, cuando en el Teatro Lara de Madrid de representaba “La llegada de los dioses”, de Antonio Buero Vallejo. Los dos actores principales, Concha Velasco y Juan Diego, decidieron pedir al empresario Conrado Blanco un día de libranza semanal. Por aquel entonces no sólo se trabajaba los siete, sino que en cada uno se hacían dos representaciones. Cada parte se mantuvo en sus trece, los protagonistas fueron despedidos, los sustituyeron Julita Martínez y Manuel Galiana, y la función continuó adelante.

Eso sí, a partir de aquel enfrentamiento algunos actores comenzaron a reunirse en cafés, locales nocturnos, como el Club Don Hilarión, y a plantearse los problemas de su profesión y la manera de solucionarlos, para lo cual decidieron organizarse, en sintonía con lo que ya hacía años venía haciéndose en el movimiento obrero, universitario, vecinal o cultural. Se nombraron comisiones y se redactaron reivindicaciones: la subida del sueldo mínimo, que era de 190 pesetas el día que había trabajo, el pago de los ensayos y desplazamientos, pagas extraordinarias, la libranza semanal y la representación diaria única; las dos últimas temas tabú para las empresas. Aunque algunas de ellas se fueron asumiendo oficialmente, en febrero de 1975, los actores denunciaban, precisamente, que las empresas no cumplían los decretos que se habían promulgado. 

Jaime Capmany
Antes de esa fecha se fueron multiplicando las asambleas y se inició todo un proceso que, a la altura de diciembre de 1974 se había convertido en un enfrentamiento directo entre la profesión y el sindicato vertical del espectáculo, a cuyo frente estaba el eximio articulista y poeta Jaime Capmany. Ese mes, los actores decidieron en asamblea elegir, dado que no se sentían representados por los enlaces sindicales oficiales, una comisión de once miembros, pronto conocida como la “comisión de los once”, para que negociara. Aunque al final se hicieron con la representatividad, de momento su elección no sirvió para mucho. 

La propia composición de la comisión demuestra esa confluencia de los distintos sectores actorales. Aunque primaban los procedentes del teatro independiente (Alberto Alonso, Gloria Berrocal, Jesús Sastre, Juan Margallo y Vicente Cuesta), que compartían juventud con los que se habían iniciado en la profesión en los dramáticos televisivos (Pedro del Río y Jaime Blanch), junto a un par de veteranos politizados (Lola Gaos, José María Escuer), sin que faltasen viejas glorias del teatro español (José María Rodero  y Luis Prendes, que dimitió cuando la huelga se politizó y fue sustituido por el más concienciado Germán Cobos).  


Cuadro 2. Comienza la función

A las dos de la tarde de aquel martes cuatro de febrero de 1975, don Jaime Capmany comunicó a los representantes de los actores que el sindicato no reconocía capacidad legal a la comisión de los once y, en consecuencia, se negaba a reunirse con ellos. Se rompieron las negociaciones. A las cinco de la tarde una comisión voluntaria de actrices y actores (en la que figuraban María José Alfonso, Concha Velasco, Ana Belén, Tina Sainz, Francisco Valladares, Germán Cobos, José Sacristán, Lola Gaos, Jesús Sastre y José María Escuer (los tres últimos miembros de la comisión de los once) se presentó en la Delegación Nacional de Sindicatos para reunirse con el ministro, Alejandro Fernández Sordo, que rechazó la pretensión actoral con el argumento de que aceptarla sería “tanto como transformar el sistema sindical”.

A las siete menos diez la comisión volvió a la asamblea reunida en la sede del sindicato en la Cuesta de Santo Domingo, dieron cuenta de la cita ministerial y los concentrados aprobaron por aclamación ir a la huelga esa misma tarde. Pusieron inmediatamente en marcha el dispositivo de información a las compañías que tenían preparado y diez minutos después se declaraban en paro los actores de los teatros Alfil, Arlequín, Barceló, Beatriz, Comedia, Cómico, Español, Lara, Maravillas, María Guerrero, Muñoz Seca, Pequeño Teatro, Reina Victoria y Valle Inclán. Algunas salas ofrecieron la representación de la tarde aunque se sumaron a la huelga en la de la noche: Alcázar, Calderón, Fígaro, Latina y Zarzuela.

A las siete y cuarto, cuando acudían a informar a sus compañeros del Teatro de la Latina, la policía detuvo a las actrices Natalia Duarte y Alicia Sánchez, así como a los actores Tomás Picó, Salvador Vives, Dionisio Salamanca, Mariano Romo y José Renovales (autor, por cierto del único libro dedicado al tema, que se publicó al año siguiente). No fueron puestos en libertad hasta pasadas las dos de la madrugada, después de la visita a la Dirección General de Seguridad de una comisión encabezada por Fernando Fernán Gómez y Adolfo Marsillach.

A las once de la noche ninguna de las representaciones previstas en Madrid tuvo lugar. Todos los teatros estaban en huelga, que esa misma noche se extendió a Barcelona. En esta ciudad, a las doce menos veinte, los actores del TEI (Teatro Estudio Independiente), que representan en el teatro Capsa la obra de Bertold Brecht “Terrores y miserias del III Reich”  suspendieron la actuación a la mitad y comunicaron a los espectadores que se unían a la huelga madrileña. Los asistentes, que recibieron con una ovación la noticia, rechazaron la invitación de pasarse por taquilla para recuperar el dinero que habían pagado por la entrada.

Aquella misma tarde, la asamblea de actores, que amenazados por la policía ya habían tenido que abandonar el sindicato y se reunían en distintos locales, que fueron cambiando según llegaba el peligro a ellos, recibieron la primera carta de solidaridad de las muchas que les habrían de llegar en esos días. “Los abajo firmantes, directores de escena, se solidarizan totalmente con la actitud de paro adoptada por los actores de teatro de Madrid”, decía el texto, y lo firmaban, entre otros, Fernando Fernán Gómez, Adolfo Marsillach, Pilar Miró, Manuel Vidal, Alberto González Vergel, Pedro Amalio López, José Luis Gómez, José Carlos Plaza, Alfredo Castellón, Miguel Narros, Josefina Molina y Gerardo Malla. En los días sucesivos recibirían mensajes similares de grupos y asociaciones de músicos y cantantes, autores dramáticos, artistas plásticos, actores de doblaje, críticos, técnicos cinematográficos, profesores universitarios y los colegios profesionales de abogados, arquitectos, ingenieros y licenciados en ciencias económicas. Incluso los militantes de Comisiones Obreras juzgados en el proceso 1001, con Marcelino Camacho a la cabeza, enviaron su propio mensaje solidario desde la cárcel de Carabanchel. Hubo una sola nota discordante. Según una noticia de la agencia sindical publicada en el diario Pueblo se oponían al paro los camareros de los café-teatro de Madrid. El periódico que dirigía Emilio Romero los cifraba en 1000, pero el veterano franquista debió equivocarse al sumar, porque tan sólo existían 17 locales de ese tipo en la ciudad y para que las cuentas cuadraran deberían haber trabajado en cada uno de ellos al menos 58 camareros.

En los días siguientes se recibieron mensajes de solidaridad y apoyo de la Unión de Actores Ingleses, el Festival de Teatro de Nancy (Francia), la Asociación de trabajadores de Cine y Televisión de Suecia, la Unión Sindical Alemana de Radio, Televisión y Cine, los sindicatos del espectáculo de México y Holanda, el sindicato de actores italianos, que presidía Gian María Volonté, y los artistas e intelectuales portugueses, en un emocionante texto firmado por el gran poeta Manuel Alegre y la escritora María Barroso, esposa de Mario Soares, entonces ministro socialista y luego presidente de Portugal, que aún no hacía dos años que habían logrado su propia libertad. Hubo mensajes similares de un total de treinta y ocho países.



Cuadro 3. Los días de después

Eloy de la Iglesia
El miércoles cinco de enero comenzó por la mañana temprano con un artículo en el diario “Arriba” que defendía las posturas oficiales y denostaba a los huelguistas.  Haciendo quizás como si no lo hubieran leído, o como si no les hubiera convencido, a las nueve de la mañana, en Prado del Rey, los actores que grababan para Estudio 1 la obra de Diego Fabri “Pleito de Familia” se unieron a la huelga encabezados por el director, Alberto González Vergel. A la misma hora, en el edificio de al lado, la Casa de la Radio, los actores contratados de las radionovelas de RNE también comunicaron que no trabajaban. A lo largo del día fueron parando diversos rodajes cinematográficos: el de “Diario de un seductor”, que dirigía Javier Aguirre; el de “Juegos de amor prohibido”, de Eloy de la Iglesia, al que tan sólo le quedaba una jornada de rodaje; el de la serie de TVE “Este señor de negro”, escrita por Mingote, dirigida por Antonio Mercero y protagonizada por José Luis López Vázquez; el de “La casa grande”, interpretada por Juan Diego, Maribel Martín, Antonio Ferrandis y Antonio del Real; y, en fin, el de “In situ”, cuyo reparto encabeza Esperanza Roy, que simultaneaba el rodaje con el teatro. Hasta Mariano Ozores dejó de rodar un filme protagonizado por Alfredo Landa y Lina Morgan. Los alumnos de la Real Escuela Superior de Arte Dramático abandonaron sus clases. En Barcelona se unieron a la huelga los teatros Talia (en el que estaba Arturo Fernández), Poliorama (Paco Morán) y Barcelona (Manolo Escobar), a los que siguieron el resto de locales, excepto el Liceo y el Molino. Se sumaron también el ballet de Cámara de Madrid, el Ballet de Cámara Universitario y los de Gisa Geer y Sandra Lebrocq. El grupo La Cuadra suspendió su ya anunciada representación en Algeciras del espectáculo “Quejio”, y hasta Tip y Coll, que llevaban cuatro años ininterrumpidos haciendo su show en la sala Top-Less decidieron parar. Además, invitaron a los presentes a una copichuela.

Los actores y el resto de los profesionales del espectáculo que les habían secundado volvieron a subir a los escenarios y a colocarse ante las cámaras o los micrófonos entre el martes 11 y el miércoles 12 de febrero. Fue una semana en la que hubo momentos bufos y emocionantes, que dio lugar a actitudes valientes y cobardías inesperadas. Una semana que incluso tuvo su punto de dramatismo.

FIN DEL PRIMER ACTO
BAR EN EL ENTRESUELO









No hay comentarios:

Publicar un comentario