jueves, 16 de julio de 2015

¿POLÍTICA SIN IDEOLOGÍA?

¿Política sin ideología?



Dibujos: Ángel Aragonés, 
realizados en el transcurso de una reunión política 
la noche de los asesinatos de los abogados de Atocha


Al final va a acabar teniendo razón el ínclito franquista Gonzalo Fernández de la Mora que decretó en un libro de 1971 “el crepúsculo de las ideologías”, al modo preclaro en que Franco había proclamado mucho antes y por decreto la caducidad de la lucha de clases. El viejo ideólogo de la dictadura parecería, tal cual, un prematuro filósofo postmoderno de acuciante actualidad.

Aquella vieja teoría crepuscular parecería que hoy debiera ser de total aplicación en lo que, para abreviar y sin identificar, llamaré la derecha, en la que supuestamente prima la eficacia técnica y los resultados, frente a la igualdad, la justicia y la solidaridad teóricamente preconizados por las ideologías de izquierdas. No es verdad. La derecha, identificada con los grandes poderes económicos, actúa empujada por una ideología clara y contundente. Una ideología, que permítaseme la paráfrasis acrónica de un concepto del viejo don Vladimiro, podría titularse como “El Capitalismo Especulativo fase superior del Imperialismo”.

Curiosamente, donde resulta aplicable el concepto de González de la Mora es al nutrido campo la izquierda, que a veces parece avergonzada de su ideología y otras convencida de que es la sociedad quien repudia sus ideas.

Desde que los partidos políticos modernos comenzaron a existir en el siglo XIX su definición ideológica quedó patente en sus respectivos nombres, que anunciaban ya desde su propio enunciado el sentido del programa político que aplicarían en caso de acceder al poder. Liberales y Conservadores, Comunistas de distintas facciones, Socialistas de grupos diferentes, Anarquistas de varias formaciones, Demócrata Cristianos, Cristianos por el Socialismo, Juventudes Obreras Católicas. Da igual los ejemplos que podamos buscar, que son infinidad. Todos ellos llevaban retratado en el nombre su pedigrí y su utopía.

Es esa una característica que ha desaparecido por completo de los nombres de los nuevos partidos, grupos o colectivos políticos, unitarios o no, que han surgido en los últimos años. Nombres ambiguos que parecen ideados por alguien que se encuentra en alguna de estas tres posiciones: o se avergüenza de su ideología, pasada, presente y futura, o le mueve tan sólo el tacticismo a corto plazo, sin pensar en estrategias más allá de las electorales inmediatas, o, considera que el descredito de las ideologías de izquierda que han funcionado hasta ahora es tan grande, que mejor esconderlas para propiciar el éxito transversal en las urnas.

¿Qué significa “podemos” aparte de la incierta posibilidad de alcanzar un objetivo indeterminado? ¿Alguien va a dudar de que es un ciudadano y que junto a otros como él forman un colectivo de “ciudadanos”, bien se trate de aficionados a los coches antiguos o de miembros de la derecha civilizada? ¿Quién puede resistirse a dejarse llevar por una “marea atlántica”, sobre todo si estamos en día suavecito? ¿Qué otra cosa expresa “ahora en común” sino “en este momento juntos”.

A partir de esas dudas surgen otras preguntas: ¿Quiénes y qué podemos? ¿Qué nos une como ciudadanos y qué pretendemos al agruparnos? ¿Las mareas del Atlántico son de pleamar o de bajamar? ¿Quiénes nos juntamos y hacia dónde vamos cuando nos juntemos? No digo yo que no haya ideología, e incluso ideologías, en estas variadas formaciones políticas recién nacidas, pero de lo que no cabe duda es que, de tenerla, la enmascaran.


Y hago estas preguntas desde la desde el convencimiento de que están plenamente justificadas las reticencias actuales de la gente (¿los ciudadanos? ¿el pueblo?) hacia las ideologías de izquierda que han llegado hasta nuestros días, más a barrancas que a trancas.

A mi parecer, la totalidad de corrientes de pensamiento, de acción y de organización que compiten hoy por la hegemonía de la izquierda descienden directamente, con las distintas derivas y actualizaciones que se quiera, de las tres corrientes básicas y fundamentales de la izquierda organizada desde una perspectiva de clase, que sin nos atenemos al orden cronológico de su aparición serían el anarcosindicalismo, el socialismo y el comunismo. De ellas derivan las múltiples variaciones que se pueden encontrar hoy en nuestro panorama político, incluso las que hacen gala de antipartidismo, asamblearismo o apoliticismo, que de todo hay. También podríamos incluir una cuarta variante de modelo constructivo de la izquierda, que sería la que de manera bastante confusa se denominó en un tiempo populismo (¡sí, el ominoso concepto existe!) y que tanto éxito dio en el primer cuarto del siglo pasado, aquí en España, a organizaciones como el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux o el movimiento “blasquista”, bautizado así en consonancia con su líder e ideólogo, el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Se podría añadir, pero no creo que se trate de una corriente ideológica, por mucho que haya pervivido hasta hoy mismo en diferentes momentos y países, en la medida en que bajo su faldón se han inscrito movimientos de muy distinto signo ideológico, de la derecha a la izquierda pasando por el centrocampismo transversal.

Entiendo el descrédito actual de esas ideológicas, teniendo en cuenta los resultados de sus puestas en práctica, que solo llevaron a que unos no consiguieran ni siquiera poner la suya en pie a no ser en las efímeras comunas anarquistas aragonesas de la guerra civil, otros, en su socialdemocracia, sólo han logrado ser la cara b del disco del sonsonete capitalista y neocapitalista, y los terceros convertidos en consentidores colectivos de la traición estalisnista a sus principios básicos, con la secuela de haber convertido los regímenes de aquello que se llamó socialismo real en dictaduras en muchos casos sangrientas.

Si a ello añadimos, aquí y ahora, los numerosos dislates cometidos en los últimos 30 años por los discípulos (más o menos cambiados, evolucionados actualizados y etcétera) de unas u otras líneas ideológicas, es fácil deducir que el descredito de unas y otras sea comprensible. Creo, además, que no se trata de un descredito coyuntural y pasajero, sino plenamente justificado y firmemente anclado en la realidad. Mi pregunta es: ¿la obsolescencia de las ideologías realmente existentes hace automáticamente innecesaria la ideología? O dicho de otra manera: ¿ya no se debe buscar una forma coherente de entender el mundo, sus mecanismos sociales, políticos y económicos, para elaborar estrategias y formas de cambiarlo a medio y largo plazo en pro de su mejoramiento, que a mi entender solo se consigue con una profundización de la democracia?

Si la confluencia de la izquierda que actualmente parece en marcha a lo único que conduce, y ya es mucho conducir, es a conquistar “gobiernos de cambio”, cuyo único horizonte ideológico esté en la solución de los problemas inmediatos y no incluya la posibilidad de elaboraciones estratégicas (ideologías) elaboradas desde parámetros diferentes a los utilizados hasta ahora, aunque aprovechen cuanto de actual y valioso pueda haber en ellos, mal favor le habremos hecho a la creación de una alternativa de izquierdas a más largo plazo y que pueda garantizar cambios más en profundidad y más permanentes que los que permite cualquier táctica electoral de aplicación inmediata. Ese es, si se admite mi punto de vista, el principal reto al que se enfrenta la izquierda española y sus aledaños en cualquier proceso de unidad o confluencia que se plantee. Las conquistas tácticas son efímeras sin perspectivas estratégicas. No es trabajo de un día, pero algún día habrá que empezar por algún sitio.




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