viernes, 10 de abril de 2015

BLASCO IBAÑEZ Y EL CINE (7) La Bodega

Blasco Ibáñez y el cine (7)
Andanzas cinematográficas de un literato valenciano en la corte de Hollywood





La bodega” (1929), un film post-morten entre el mudo y el sonoro



Hasta el momento de su muerte el cine español había mostrado poco interés por la literatura de Blasco Ibáñez, hasta el punto que no se había realizado ninguna película de ninguna de sus novelas desde que en 1916 el propio Blasco dirigiera aquella primera versión de “Sangre y arena”. Bien es verdad que Hollywood ya se había encargado de evitarlo comprando los derechos de las obras más destacadas del escritor. Hubo que esperar a su muerte para que un año después un joven que con el tiempo habría de jugar un papel importante, aunque contradictorio, en el cine español rodará en estudios franceses y localizaciones españolas “La bodega” (1929).

Las novelas consideradas “sociales” --que el mismo Blasco definió, mucho más acertadamente, como “novelas de tendencia y rebeldía”-- constituyen la continuidad la lógica de sus obras de tema valenciano, a las que siguen en la cronología. Cuatro títulos componen el ciclo: “La catedral” (1903), “El intruso” (1904), “La Bodega” (1905) y “La horda” (1905). El propio autor dejó bien claras lo que pretendía con ellas:

“La novela de nuestro tiempo debe ser social... Con el despertar político de los pueblos y el advenimiento de la democracia, ha cambiado totalmente el valor de los sujetos novelables. Antes, los amores, las alegrías y las tristezas de unos cuantos millares de seres perezosos e inactivos, que forman la alta clase social, bastaban para llenar la novela... La revolución social ha abierto nuevas ventanas para examinar la vida. Hay algo más allá de las voluptuosidades, placeres y penas, de las contadas gentes que ocupan la cima del bienestar. Toda una humanidad se agita abajo, en la sombra, rugiendo de dolor al salir de un ensueño de siglos, atropellándose por encontrar la senda que conduce a lo alto, y sus miserias, sus anhelos, son materia de arte”

En su estudio sobre los novelistas sociales de comienzos del XX (Galdós, Baroja y Blasco), que recomiendoel alemán Hans Jörg Neuschäfer lo concreta más, y escribe sobre “La bodega” estas consideraciones que son aplicables al resto del ciclo:

“Es una novela donde el problema social está presentado como antagónico, mejor dicho como lucha de clases. (…) En Blasco Ibáñez, por fin, la imagen del pueblo es contrastada críticamente con la imagen de la clase dirigente, que reaparece. Aquí, pues, se establece una verdadera relación entre ambas clases, quedando así patente que la situación de una no puede ser apreciada sin compararla con la situación de la otra”

Con estas intenciones previas en la cabeza (y la opinión posterior del erudito) no resulta difícil entender el punto de vista del escritor sobre los temas que aborda en estas novelas, de muy diferente calidad. En “La catedral” se enfrenta de manera un tanto farragosa con la Iglesia (ya hemos hablado de su acendrado anticlericalismo), denunciando cómo la rigidez impuesta de sus dogmas impedía el avance de España hacia una sociedad más moderna y libre. Pese a lo mucho que había en ella de las ideas de Blasco, el escritor la apreciaba poco, llegando a considerarla uno de sus peores trabajos.

En “La horda”  se habla de los cinturones de miseria que rodean las grandes ciudades, en este caso Madrid, previniendo ya uno de los conflictos sociales más agudos de la era industrial, aún hoy sin solucionar. Pese a sus buenas intenciones, se trata de una novela deficiente,  que en su tiempo fue muy atacada por el parecido que ofrecía con la excelente “La busca”, que Pío Baroja había publicado un año antes, casualidad que, al parecer, el vasco no dejaba de recordarle al valenciano cuando la ocasión lo requería.


Más interés tiene “El intruso”, cuya acción se sitúa en la industrializada Bilbao y en la que introduce directamente como trama principal el enfrentamiento entre el capital y el trabajo. Aunque a veces resulte un tanto discursivo, aún hoy es especialmente lúcido y agudo el análisis que realiza sobre la esencia del naciente nacionalismo vasco bizkaitarra, expresado en el enfrentamiento que muestra entre al mundo industrial y moderno, representado por los obreros industriales y sus sindicatos, y el vasquismo ancestral, de raíz rural y fruto, según él, del foralismo carlista más reaccionario y clerical. Un enfrentamiento entre modernidad y tradición ante el que Blasco se posiciona decididamente a favor de la primera.

Pero sin duda la novela de mayor calidad de todo el ciclo es, precisamente, “La bodega”, de la que Ramiro Reig ha dejado escrito:

“Hay algo de injusticia en que a Blasco se le cite como al autor de “La barraca” y no de “La bodega”, una novela con una riqueza de personajes y de situaciones, y con un ritmo narrativo tan calculado y, a la vez, tan intenso, que se lee sin desfallecimiento alguno. “La bodega” habla de esas cosas tremendas que conmueven el corazón humano, del hambre, de la callada dignidad de los oprimidos y de su justicia, de la muerte de una gitanilla inocente, de la rebelión y ¿por qué no?, de la venganza, pero también del perdón”


Como buena parte de la novelística de Blasco, “La bodega” mezcla dos tramas diferentes, pero complementarias. Una historia colectiva, social, y otra personal, amorosa, que se entremezclan, siendo el resultado de la segunda consecuencia de las de las circunstancias sociales en que se desarrolla ese amor. En este caso, la trama coral se anuda a través de la descripción de una huelga en las bodegas de Jerez, donde transcurre la acción. Se trata de una historia inspirada, al parecer en las grandes movilizaciones campesinas que en la misma localidad habían tenido lugar en 1883 (recuérdese que la novela es de 1905), mostradas en la novela alrededor del personaje de un profeta anarquista, santo y laico, nombrado Fernando Salvatierra, cuyo modelo real fue, al parecer, Fermín Salvochea, uno de los primeros difusores de las ideas libertarias en España. La historia amorosa tiene, como tanto le gustaba a Blasco, un fuerte componente melodramático y está centrada en la pareja formada por Rafael, un jornalero, su novia María Luz y el hermano de esta, Fermín. La violación de la muchacha por parte de uno de los hijos de los Dumont (¿los Domecq?), una rica y poderosa familia bodeguera, desata la tragedia y la venganza, que acaba con Fermín en el cadalso, María Luz sola y Rafael uniéndose a unos contrabandistas con los que está dispuesto a tomar por su cuenta lo que la injusticia le ha quitado:

“Quería declararle la guerra a medio mundo, a los ricos, a los que gobiernan, a los que infunden miedo con sus fusiles y son la causa de que los pobres se vean pisoteados por los poderosos. Ahora que la gente de Jerez andaba loca de terror, y trabajaba en el campo sin levantar la vista del suelo, y la cárcel estaba llena, y muchos que antes querían tragárselo todo iban a misa para evitar sospechas y persecuciones, ahora empezaba él. Iban a ver los ricos qué fiera habían echado al mundo al destrozar uno de ellos sus ilusiones”

Si alguien se detiene a ver los 30 minutos que de “La bodega” se pueden encontrar en youtube y que enlazo al final, apreciarán haber conocido la mitad colectiva de la novela antes de ver la película, porque no aparece prácticamente en ella, centrada, sobre todo, en el conflicto melodramático. Hasta tal punto se ningunea el aspecto crítico del texto original que el nombre de Salvatierra (simbólico dónde los haya) ni siquiera aparece en el reparto. Parecería talmente que Benito Perojo, que es quien la adaptó y dirigió, hubiera querido imitar las producciones hollywoodenses que tanto éxito habían conocido en los años precedentes. Los valores del film de Perojo, su significación histórica, que la tiene, no están pues ni en su calidad ni en la fidelidad al texto de Blasco, sino en otras circunstancias que lo rodearon.

Ante todo, “La bodega” es una película fronteriza entre dos épocas del cine español y mundial, situándose en ese punto justo del paso del mudo al sonoro, que en España, como es fácil comprender, llegó un poco después de aquel 4 de febrero de 1927 en el que Al Jolson asombró a los primeros espectadores americanos que le oyeron soltando su chorro de voz desde la pantalla. Un momento que los españoles no pudieron vivir plenamente hasta el estreno de la película correspondiente, “El cantor de Jazz”, en 1931 con el título de “El ídolo de Brodway”, si bien anteriormente, en 1929, ya se había proyectado el film, aunque sin sonido, un método que se utilizó con muchos de las primeras películas sonoras ante la falta en las salas de los equipos necesarios.

La bodega” se había rodado muda, y como tal se estrenó en primera instancia, aunque el inmediato auge de las películas habladas obligó a retirarla de los cines y a volver a montarla añadiéndole música y dos canciones, sincronizadas a partir de grabaciones discográficas. Un experimento que ya se había realizado con otros filmes estadounidenses, pero que en España (y en Francia, donde se produjo) resultaba totalmente novedoso. El propio Perojo se lo contó así a Fernando Vizcaíno Casas en 1969:

“Pensamos que era importante seguir la gran innovación y pedimos unos discos de Conchita Piquer, que era la protagonista, y con estos grabamos unos playbacks. Claro que teníamos que sincronizarlos un poco a ojo; de todas formas, dimos la película con dos canciones”

Perojo-Peladilla
Benito Perojo, que con los años llegaría ser a uno de los directores y productores emblemáticos del cine franquista, tiene una historia que contar. Hijo de una familia acaudalada había estudiado ingeniería eléctrica en Londres, lo que no le impidió apasionarse por el cine, en el que había empezado como actor y director en 1915, incorporando a un personaje, Peladilla, creado a imagen y semejanza de Charlot. Cuando realizó “La bodega” tenía 35 años y residía en París, donde en 1926 ya había debutado en el cine dramático al dirigir la primera adaptación de la novela de Alberto Insua “El negro que tenía el alma blanca”, a la que regresaría en 1934 con una versión musical. Más adelante dirigiría aún alguna película interesante, como “La verbena de la paloma” (1935) o “Goyescas” (1942), aunque su cine fue derivando de su amor inicial por el tipismo a los tópicos españolistas más evidentes. Después sería productor de “Novio a la vista” (1954), la deliciosa y corrosiva película de Berlanga, y de algunos filmes de Marisol, su gran bombazo económico, entre otra veintena sin mayor relevancia. Fue condecorado por Franco con la Gran Cruz del Mérito Civil el 18 de julio de 1966, en conmemoración de 30 aniversario de glorioso alzamiento contra la República.

En el reparto de la película de Perojo hay un par de nombres que merecen cita. En primer lugar, la protagonista, Concha Piquer, Conchita entonces, Doña Concha luego. Aunque estaba llamada a ser la más importante de las tonadilleras españolas, figura mítica de la canción popular española, el cine y los papeles que para él interpretó tuvieron mucho que ver en su lanzamiento inicial, haciéndole un hueco en la historia de la cinematográfia. Ya en fecha tan temprana como 1922, cuanto tan sólo contaba 16 inocentes añitos, había realizado su primer y exitosa gira por Estados Unidos, durante la que participó ese mismo año en una primitiva prueba de cine sonoro, hablando, cantando y bailando en una cinta experimental, de 11 minutos de duración y dirigida por Lee DeForest, que se perdió y no fue recuperada hasta 2010[1].



Hay, incluso, quienes la han descubierto en la primera película sonora, “El cantor de jazz”, en el niño (sí, niño) que en un momento canta, en inglés, acompañado al piano por el protagonista, Al Jolson. La historia tiene toda la pinta de ser un rumor, pero es bonita y en caso de creer en ella hay datos para apuntalar su verosimilitud. El nombre de Conchita Piquer no aparece en los créditos del filme, ni en ninguno de los repartos que he podido consultar, así como tampoco queda constancia en sus biografías más o menos oficiales ni en los estudios sobre el tema. Sin embargo, algunos hechos comprobados sugieren, al menos, que no es necesariamente imposible. 

En su larga estancia de cinco años en Estados Unidos, entre 1922 y 1927, la muy joven Conchita había tenido ocasión de aprender inglés, idioma en el que llegó a cantar sobre los escenarios, y había obtenido un importante éxito que la llevó a compartir musicales de Brodway con figuras de la talla de Jeanette MacDonald, Eddie Cantor o el propio Al Jolson, entre otros. En uno de esos espectáculos, según contó la cantante a Manuel Vicent en 1981, hubo que improvisar un número que tiene puntos en contacto con lo que luego podría haber hecho en “El cantor de Jazz”:

“Era un pregón de un muchacho andaluz; yo salía vestida de chico con una cesta de esas con que venden mariscos en Sevilla, pero con flores. Y como no tenía ropa ni nada, me puse unos pantalones del maestro Penella que era pequeño y delgadito, una guayabera de dril que me hizo mi madre en unas horas, un pañuelito rojo y una gorrita, y aquí me tienes que aprendí la canción en una noche y al día siguiente en el ensayo general fue un clamor. Paré el espectáculo”. 

Por cierto, que en la misma entrevista cuenta una anécdota que tiene que ver con el protagonista de nuestra historia, de la que sin duda debió acordarse durante el rodaje de “La bodega”: “En Nueva York me quedé sola, y para sentirme más cerca de mi gente, de mi tierra, leía novelas de Blasco Ibáñez, a quien conocí un día comiendo”. Fuera como fuera, alguien está convencido de que es ella el niño cantor y ha colgado el fragmento en internet, dejándonos a los demás la opción de identificarla o no. Merece la pena verlo, por si acaso.



Cantara o no en “El cantor de jazz”, donde sin ningún género de dudas si se pudo escuchar cantar a Concha Piquer, aunque fuera mediante un malabarismo técnico, fue en “La bodega”.



Otro nombre del reparto de la película de Benito Perojo que pasaría a la posteridad es el de Carmen Amaya. La que estaba llamada a convertirse en una figura emblemática del baile flamenco también participó, normalmente en papeles secundarios como bailarina, en casi una veintena de películas. Los interesados pueden elegir para ver la última de ellas, la excelente “Los Tarantos” (Francisco Rovira-Veleta), rodada en 1963, poco antes de su muerte, y en la que daba muestra no sólo de su maestría como bailaora, sino también como actriz. En “La bodega”, con sólo 11 años de edad, ya dejó patente su arte subida encima de una mesa.



Los resultados finales obtenidos por Perojo de la novela de Blasco no debieron ser muy satisfactorios, sin que funcionara la melodramatización hollywoodiense de los textos originales. Dado su carácter de coproducción, la película se proyectó en Francia y en España, cosechando, en lo que se conserva, críticas negativas. A raíz de su estreno en Madrid, Mateo Santos, un crítico de ideología libertaria que acabaría en el exilio tras la guerra civil, escribió en Popular Films, la revista que dirigía:

“Cuando más urge apartar la producción nacional de la pandereta, la productora española, en colaboración con Perojo, fabrica una película con lidia taurina y cornada final (...), pero ese afán de asegurar el éxito con la españolada y la pandereta (...) convierte “La bodega” en una cinta más, sin una significación digna para el cine hispano”.

Claro, que este juicio, que parece ajustado a la realidad, venía precedido por una afirmación que, a tenor de lo que ya había hecho el cine con la novelística de Blasco y a la espera de lo que aún habría de hacer, suena un tanto peregrino. Según él, las novelas del valenciano eran poco adecuadas para el cine:

“El estilo del glorioso novelista, estilo brillante, cuajado de bellas imágenes literarias, pero retórico y ampuloso en exceso, es todo lo contrario del dinamismo, la vivacidad y la sensación cinematográfica”

En alguna próxima entrega de este culebrón veremos lo que hay de cierto y de falso en este aserto, que ambos contrarios contiene el cine inspirado por Blasco Ibáñez. El anterior y el posterior a su muerte.


"La Bodega" (incompleta)

Continuará…




[1] Para ser justos, hay que incluir a otra española entre aquellas pioneras de las primeras pruebas del cine sonoro. Se trata de Raquel Meller, que en 1926 rodó en Nueva York varios cortos con canciones en castellano y catalán. 




Próxima entrega:
El cine de Blasco en aquella España del franquismo




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