miércoles, 26 de marzo de 2014

ARMANDO LÓPEZ SALINAS (1925/2014)

Armando
(31.12.1925 - 25.3.2014)





Haber compartido momentos de mi vida con gente como Armando es uno de los motivos, uno de los más importantes, por los que me siento orgulloso de haber militado en el Partido Comunista de España. Él, como Simón, como Marcelino, como Lobato, como Díaz Cardiel, como Sandoval o como tantos otros camaradas anónimos formaron parte de las personas que a lo largo de mi vida han ido dejando en mí un poso de enseñanzas que han configurado no sólo mi pensamiento político, sino, sobre todo, mi concepto moral de la vida. Su ejemplo de honestidad, de entrega a un ideal, de constancia en la lucha, de generosidad y de coherencia, más que sus discursos, ha constituido un modelo humano sobre el que he intentado irme construyendo hasta ser tal como soy, bueno o malo.

A Armando López Salinas le traté quizás más que a los otros, tal vez porque él era responsable en Madrid de lo que se denominaba comité de “arte y cultura” y yo un jovenzuelo metido en esa cosa tan moderna de la canción al que se le hacía el culo gasolina por compartir reuniones presididas por Armando, y normalmente en casa de Miguel Bilbatua, con intelectuales de la talla de Alfonso Sastre, José María Moreno Galván, Alfonso Grosso, Aurora de Albornoz o Juan Antonio Bardem. Posteriormente seguí manteniendo contacto casual, pero frecuente, con Armando. No ya militante, pero sí de profunda identidad política y simpatía personal creo que común, en manifestaciones o actos de todo tipo. La última me parece que fue en un cumpleaños de Elisa Serna y el encuentro fue tan afectuoso como siempre.

Cualquiera que en los últimos veinte años de dictadura se moviera en el terreno del antifranquismo de cualquier tendencia, o en el de la policía y los represores del régimen, sabía quién era Armando, no hacían falta apellidos para identificarle. No sólo por su obra como novelista, que en aquellos años tenía todavía una importante repercusión, sino porque fue quizás, con Simón, la primera persona de la que se sabía que era militante y dirigente de un PCE en la clandestinidad. No lo proclamaba, pero su intensa actividad pública lo hacía evidente.

Armando López Salinas suicidó su carrera literaria por la militancia política. Y cuando escribo suicidó no es una metáfora o un eufemismo exagerado, pues realmente abandonó la escritura obligado por las exigencias de la lucha clandestina. No debió ser una decisión fácil y no sé yo si no debió atormentarle en algún momento posterior de su vida. En cualquier caso no perdió la intención de escribir. Algún día, quizás, cuando las exigencias de la acción política se hubieran relajado.

Cuando a finales de los años noventa le entrevisté con la intención de escribir un libro que se iba a titular “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad” (que finalmente ha acabado en este blog), hablamos sobre el tema. Fue una larga conversación en el pequeño despacho que se  había construido en la mínima terraza de su casa en la plaza Peñablanca, en los aledaños del metro de Quintana, que había acristalado en su momento y que siempre había estado tapizada de libros del suelo al techo. El mismo despacho en el que en otros años más difíciles nos habíamos reunido por urgencias más perentorias.

Le pregunté si había seguido escribiendo y me contó un proyecto que tenía en cabeza y que me fascino. Armando, que había escrito libros de viajes tan destacados como los que hizo por Las Hurdes (con Antonio Ferres), por Andalucía (con Alfonso Grosso), o por Galicia (con Javier Alfaya); relatos viajeros en los que daba un paso adelante sobre el modelo puesto de moda por Cela, indagando más allá de la belleza del paisaje y el tipismo de personajes y situaciones para adentrarse en la realidad más profunda de los pueblos que habitaban cada tierra, se estaba planteando escribir de un nuevo viaje. Y era viaje novedoso y absolutamente contemporáneo. Quería relatar un largo recorrido por las distintas líneas del Metro de Madrid, y a través de él contar Madrid, sus barrios y sus gentes, aquí y ahora, los problemas, anhelos y esperanzas de las personas que utilizan en sus desplazamientos el más modesto de los medios de transporte, el que corresponde a la humanidad a la que él siempre perteneció y a la que sirvió con dignidad ejemplar, la de los desheredados de la tierra.

No sé si continuó con el proyecto. En otras ocasiones le pregunté por él, pero siempre me vino a responder que así, así. Por fortuna, en estos últimos años de vida pudo ver la reedición de algunas de sus obras más significativas y el respeto que despertaban, su obra y su persona, entre las nuevas generaciones. En 2007, la editorial Adhara publicó “Crónica de un viaje y otros relatos”, con escritos de mediados de los sesenta, que está accesible y recomiendo. También me parece muy recomendable la novela “Año tras año”, aunque en este caso de más difícil acceso, pues en una desidia imperdonable no se ha reeditado en España desde que ganara en París el premio Antonio Machado y fuera publicada por Ruedo Ibérico en 1962.

Dado que la mejor manera de conocer y recordar a un escritor, y Armando lo era, es entrar en su obra, lo que pienso que no tiene excusa es no leer “La mina”, sin duda su mejor novela, finalista del premio Nadal en 1959, que ha sido reeditada en 2013 por Akal y está plenamente disponible. La mina”, admirada y aplaudida en su momento por unos, los más “comprometidos”, que la consideraban un relato estremecedor de la clase obrera en aquellos años, y maltratada por otros, los más “exquisitos”, que la tenían por un ejemplo paradigmático de aquella “literatura social” que detestaban, la novela de Armando López Salinas, que he releído hace tan sólo dos o tres años en un repaso a su trabajo, transciende con mucho el momento histórico en que fue escrita y sobre el que trata. Es, ante todo, un retrato estremecedor de una humanidad que aún sigue esperando, y luchando, por sus utopías, tan imposibles, aunque tan necesarias.

En recuerdo a Armando, y a Simón, Lobato, Marcelino y todos los anónimos, quiero dejar esta canción que Raimon escribió para y sobre Gregorio López Raimundo, otra persona de similar estatura moral.




Recuerdos de infancia
Armando López Salinas
De “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad”


“Recuedo en aquellos días la llegada de las columnas fascistas a las puertas de Madrid, cuando surgió, y luego se hizo universal, el nombre de la quinta columna, de la que había hablado el general Mola, que eran los fascistas, los falangistas, la derecha que había quedado en Madrid y que se aprestaba desde el interior a ayudar a las cuatro columnas que presionaban sobre la capital para propiciar su caída.

“Eran días en los que, en mi barrio, como en otros de Madrid, se levantaban barricadas con los adoquines de las calles para dificultar e impedir la entrada de las tropas franquistas, que ya acosaban la Casa de Campo por el rio Manzanares y que habían llegado hasta la Ciudad Universitaria. Eran días de gran tensión, de mítines callejeros, mítines relámpago en las calles, días en los que algunos combatientes iban a las líneas de fuego, hacía Carabanchel y otras zonas, incluso montados en los tranvías que llegaban hasta la misma orilla del frente. Recuerdo los bombardeos de la aviación italiana, alemana, combates aéreos sobre el cielo de Madrid y a las gentes que salíamos a las calles a contemplarlos. El cielo por las noches se iluminaba y las gentes corrían hacia los refugios o hasta las estaciones de metro con colchones, con agua, para pernoctar en algunos andenes y así evitar ser las victimas que los bombardeos pudieran producir. Eran días en los que yo andaba en el instituto de bachillerato, en el que había empezado a estudiar por entonces, que estaba cerca de Alonso Martínez. Iba desde mi casa andando todos los días. Son recuerdos que tengo muy grabados, porque yo, con mis once años, andaba medio enamoriscado de la profesora de literatura que nos hacía leer el Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez.

“Recuerdo aquellos días, las fogatas que hacíamos los chicos en medio de la calle, los juegos de guerra. Cuando bombardeaban desde el cerro de Garabitas y la Casa de Campo, o cuando llegaban los junkers alemanes o los caproni italianos a bombardear Madrid, en mi calle cayó alguna que otra bomba y se produjeron algunos muertos, también por las balas perdidas que llegaban desde la Ciudad Universitaria a través de las calles de Abascal o de otras cuyo nombre ahora mismo no recuerdo del todo. El carnicero del barrio, que era un hombre de Izquierda Republicana y presidente del comité de mi casa, aquellos comités que entonces se crearon, era aficionado al teatro, y cuando los vecinos nos refugiábamos en el sótano para huir de las bombas nos hacía representar algún acto de alguna obra teatral para entretenernos. En ese sentido recuerdo, y esto puede parecer una ficción literaria, pero a veces la realidad supera a las ficciones, que cuando el 7 de noviembre bombardeaban Madrid y parecía que la capital iba a caer y las gentes acudían armas en la mano, los que las tenían, a taponar las brechas que se habían abierto en los frentes, en el mismo sótano en el que nosotros representábamos un acto de Fuenteovejuna, los trabajadores carroceros de un garaje paredaño a nuestra finca, doscientos o trescientos, aprendían, enseñados creo que por un cabo, a manejar el fusil e inmediatamente salían hacía la Universitaria cargados con aquellos mosquetones viejos.

“Recuerdo aquel tiempo y más tarde los tiroteos de aquella quinta columna, los muertos en la calle, nuestros y de ellos, pues si se cogía a algún miembro de la quinta columna, cuando todavía no estaba organizado el ejército republicano y aún no funcionaban los tribunales de guerra, eran pasados por las armas inmediatamente, allí mismo, donde les cogían. En el campo de las Calaveras, un antiguo cementerio que estaba donde hoy creo que está situado el campo de deportes de Vallehermoso, a cuyos patios la chiquillería del barrio íbamos a jugar al fútbol, algunas mañanas aparecían los cadáveres de miembros de la quinta columna fusilados.

“Los chicos en la calle, la libertad de entonces, las lecturas. Recuerdo aquel tiempo a través de los pocos libros que había en casa, en aquel tiempo y antes: las Novelas del Sábado, que eran de editoriales anarquistas, en las que escribían Federico Urales, Eliseo Reclus y otros. Aquellas fueron mis primeras lecturas, antes que las de Marx, Lenin y otras, junto a los libros de Bill Barnes, el aventurero del aire; Doc Savage; el comic, creo que norteamericano, donde aparecía Merlín; el Hombre Halcón; Dal Arden, el Principe Valiente. Y también lecturas de Los tejedores, de Haupman, de las novelas de Vargas Vila y, cómo no, del Catecismo Revolucionario de Bakunin y otros libros de teóricos anarquistas que andaban por mi casa, leídos no sin muchas dificultades y con poca comprensión, pero que de todas maneras formaron parte de mis lecturas de niño y de muchacho.

“Recuerdo la muerte de Buenaventura Durruti1, la llegada de las Brigadas Internacionales a Madrid, su desfile. Es en aquel tiempo y en el anterior donde se fue conformando en mi, a partir de todo ello, con mi padre, sus amigos, las gentes de todo el barrio, una conciencia rebelde; quizás todavía no delimitada en tal o cual corriente política, pero en todo caso yo viví desde niño de una manera muy directa, muy inmediata, la conciencia de clase. Las huelgas, las manifestaciones, el no tener dinero en casa, el vivir de la solidaridad de los compañeros de mi padre en los momentos de huelga, todo eso fue formando en mi una conciencia que más tarde, años después, se transformó en el activismo político que me llevó a las filas del Partido Comunista.

“La guerra civil terminó en Madrid con la derrota de la República, pero yo diría que no sólo de la República, sino con la derrota de muchas formaciones políticas que pretendían y creían y deseaban que aquella república de los trabajadores, de la que hablaron en su día tantos y tantos escritores, fuera una realidad. Aquellos sectores obreros habían esperado de la República una mejora en sus condiciones de vida que se habían venido frustrando, y la derrota de la guerra civil, la derrota de la guerra nacional revolucionaria, llevó a España a una situación como la que vivieron millones de españoles, el pueblo de los vencidos, tras abril de 1939.”









No hay comentarios:

Publicar un comentario