sábado, 19 de octubre de 2013









No todo en la vida es Champán

La historia del PCE durante la transición y los años inmediatamente anteriores es sobradamente conocida. Ha sido divulgada en cuántos libros, periódicos e incluso programas y series televisivas han abordado el final del franquismo y la llegada de la democracia, por lo que me voy a permitir tratarla aun más de pasada de lo que he tratado otros momentos retratados en este libro.

Desde mediados de los años 70, con Franco acosado ya por la muerte en forma de estallido de escopeta de caza o ataque de flebitis, mientras que las cosas se precipitaban en España con movilizaciones sin cuenta en todos los sectores de la vida política y social, el PCE, siempre presente en ellas, inicio una serie de actos masivos fuera de España al tiempo que dentro buscaba pactos políticos con otros grupos de oposición, que culminarían en la constitución de la Junta Democrática de España en julio de 1974. Pretendía desarrollar con ellos un camino de salida a la luz que les presentara ante los españoles como una fuerza política destinada a cumplir un papel fundamental en el futuro. El mitin de Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo en Ginebra el 18 de junio de 1974, que pese a su prohibición por el Gobierno suizo reunió a 10.000 emigrantes españoles; la reunión del Comité Central en Roma de julio de 1976, en la que se dieron a conocer públicamente 100 de sus miembros en el interior; o el homenaje a Pasionaria en Montpelier (Francia), fueron algunos de ellos. Bástenos una breve cronología partidaria para ordenar algunas fechas y hechos.

20 de noviembre de 1975.- Muere Francisco Franco.

Diciembre de 1976.- Carrillo, que ha regresado clandestino a España, ofrece su primera rueda de prensa en Madrid.

22 de diciembre de 1976. El secretario general del PCE es detenido a la salida de una reunión del Comité Ejecutivo en Madrid y puesto en libertad dos días después.

24 de enero de 1977.- Cinco abogados laboralistas del FCE son asesinados por la extrema derecha en su despacho de la calle Atocha. El multitudinario entierro muestra la capacidad de movilización de los comunistas.

3 de enero de 1977.- Se reúne en Madrid una cumbre de los partidos eurocomunistas de España, Italia y Francia.

9 de abril de 1977.- Legalización del PCE.

13 de mayo de 1977.- Dolores Ibárruri aterriza en el aeropuerto de Barajas después de 38 años de exilio.

15 de junio de 1977.- primeras elecciones democráticas. El PCE obtiene 20 diputados.

19 de abril de 1978.- IX Congreso del PCE, el primero en la legalidad desde 1932. El partido deja de ser "marxista-leninista" y pasa a ser "marxista, revolucionario y democrático".

28 de octubre de 1982. El PSOE gana las elecciones generales por mayoría absoluta. Hecatombe en el PCE, que pierde un millón de votantes y pasa de 23 a 4 diputados.

...y así podríamos seguir hasta hoy mismo.

Los recuerdos que se reproducen en este libro finalizan en ese momento crítico de la muerte de Franco, la legalización del partido y la llegada de la tan esperada democracia. Era el final de su lucha, al menos en su forma más dura, y el final de una etapa de sus vidas. A partir de entonces las cosas serían bien distintas; más fáciles, sin duda, pero también menos entusiasmantes.

A los testimonios reunidos en las páginas que siguen a esta introducción quisiera añadir algún otro que pueda ser significativo. El primero de ellos es el relato de primera mano que da Irene Falcón de la reacción de Dolores Ibárruri ante la muerte de Franco: "Un periódico francés había previsto el porvenir de España dependiendo de quién fallecería antes, si Franco o Dolores. Ella, con la humildad que la caracterizaba, se limitó a sonreír cuando le leí la noticia. Su conciencia de la política estaba por encima de los avalares personales; las cosas eran más complejas y menos personalistas. Cuando murió Franco, no descorchamos champán; Dolores preparó una alocución por Radio Pirenaica y a los periodistas que la asediaban en Moscú les comunicó su indulgencia: ¡Qué la tierra le sea leve![1].

Pedro Vicente también volvió a España tras la muerte de Franco. Había ingresado en el PCE durante la guerra. En su primer exilio francés combatió en la resistencia contra el nazismo. Regresó clandestino al interior en 1953 para hacerse cargo de la organización de Valencia, en donde estuvo hasta su detención un año después. Tras recibir torturas, a consecuencia de las cuales debió ser hospitalizado, fue internado en Burgos, de donde no salió hasta enero de 1963 para tomar de nuevo el camino del exilio. Tras volver a España definitivamente se le destinó como recepcionista en la sede del partido en la calle Castelló de Madrid. En sus memorias recuerda con claridad la sensación de desamparo que vivieron tantos militantes veteranos: "Eran los primeros tiempos de la legalización del Partido y diariamente acudían a la sede muchas personas que pedían hablar con los dirigentes principales del mismo, particularmente con los más conocidos, para conocerles personalmente y plantearles cada uno su problema, a los que necesariamente era preciso atender. Mi nuevo trabajo, si lo aceptaba, consistía en recibirles, preguntarles el motivo de su visita y, si consideraba el caso importante y no podía resolverlo personalmente, hablar por teléfono con el cantarada relacionado directamente con el asunto.

Como mi actividad hasta entonces había sido siempre de dirección política en Comités y Comisiones de trabajo después de tal proposición me hizo concebir como algo extraño que, a partir de ese momento, mis experiencia y conocimientos del Partido, que podían haber sido utilizadas como hasta entonces, salvando naturalmente las diferencias de lugar y características de los problemas, dada la situación orgánica, la carencia de cuadros organizados y la composición de los Comités, mi modesta participación no fuese aprovechada racionalmente, como pienso que hubiera sido menester. Lo mismo sucedió con muchos otros cuadros y militantes veteranos, capaces y honestos, que fueron marginados cuando tan necesarios hubieran sido para contribuir a la tarea de construcción del Partido de masas que necesitábamos en momentos tan decisivos de la situación política española.
Honradamente pensé y en conversaciones con otros camaradas veteranos comenté en más de una ocasión, que el funcionamiento del Partido y la política de selección de cuadros dirigentes de aquel periodo fue una política desacertada, errónea.

La gran cantidad de nuevos adherentes que afluyeron al Partidos, atraídos por el historial de lucha ejemplar y organizada durante cerca de los cuarenta años de existencia del régimen de dictadura, conmovió hasta los cimientos de la organización, distorsionó todo.

Las ideas más estrambóticas circularon libremente por doquier, sembrando el desconcierto y la confusión entre los camaradas, generando la duda primero y la falta de credibilidad después en la necesidad de la posibilidad de la aplicación práctica de unas reglas éticas de comportamiento y de actuación.

Mientras que para algunos resultaba fácil hacer carrera política, escalar puestos de dirección, conseguir cargos públicos sin otros méritos que su ambición, sus títulos profesionales, su audacia y en algunos casos también su "pico de oro", otros camaradas capaces, honestos y responsables que podía haber servido de nexo sintetizados, por sus conocimientos y su buen hacer, en la formación de un gran Partido, fueron subestimados y marginados.

Todo este estado de cosas, unido a los mediocres resultados electorales conseguidos en las sucesivas elecciones, sirvió de caldo de cultivo para que algunos ambiciosos se lo "pensaran mejor" y husmearan otros caminos en pos de lograr un mayor protagonismo y mejores posibilidades de conseguir cargos más relucientes y mejor retribuidos.

Lo que la dictadura franquista no pudo lograr con la constante persecución y las medidas represivas, llevadas al extremo en su feroz lucha contra el Partido Comunista de España, lo han conseguido las ambiciones y los personalismos de unos cuantos: romper el Partido"[2].

Por último, una valoración de una comunista que dejó de serlo muy pronto, tras su salida de la URSS, donde se desengaño ante la realidad del socialismo real, y a su llegada a México en 1955, después de unos años en Praga. Carmen Parga, esposa de Manuel Tagüeña[3], ha escrito en el libro en el que relata la decepción que para ella supuso el comunismo y, más en concreto, la Unión Soviética. Su testimonio, no obstante, recuerda algunas cosas sobre el comunismo en general, y sobre el español en particular, que creo que no deben ser echadas en saco roto a la hora de hacer balance: "Dejando a un lado las aberraciones de la era estaliniana, la historia reivindicará las conquistas de la Revolución Rusa. Ni siquiera nos damos cuenta hoy, porque forman parte de la vida cotidiana, de todos los adelantos de tipo social que le debemos. No creo que nadie piense que la actual jornada de trabajo, las vacaciones pagadas, el seguro de enfermedad, los aguinaldos, las compensaciones en caso de despido, etc., han salido espontáneamente del buen corazón de los capitalistas. Todas las luchas obreras que consiguieron estas conquistas tenían como motor la Revolución Rusa; del mismo modo que la Revolución Francesa fue motor para la conquista de los derechos humanos. Ambas revoluciones se complementan y aunque tuvieron sus luces y-sus sombras, espero que su luz brille en la historia del hombre". Más adelante concluye: "Cambiar las bases de la ética y la moral es también tarea imprescindible. Cierto que hay principios inmutables, pero el conocimiento humano se ha apartado tanto de los principios tradicionales, que ya no hay quien los reconozca. Una nueva ética tiene que basarse, sobre todo, en la verdad y la sinceridad. Hay que acabar con los mitos, mentiras y odios que separan y enfrentan a los hombres. Creo que es bueno todo lo que los une y malo todos lo que los enfrenta y separa. Es buena la verdad y es mala la mentira, aunque sea ''piadosa". Me encanta una frase de Gramsci: "La verdad es revolucionaria, la mentira es la contrarrevolución", en ese sentido, a mis ochenta años, sigo siendo revolucionaria."[4]



[1] "Asalto a los cielos, mi vida junto a Pasionaria". Temas de hoy (Madrid, 1996),
[2] "Por qué luchamos". Ediciones Endymion (Madrid, 1982).
[3] (Madrid 1913/México 1971). Físico-matemático, durante la guerra civil alcanzó el grado de Teniente Coronel de ejército de la República. Exiliado en La URSS, abandono el partido tras su llegada en 1955 a México, donde murió. Resulta imprescindible la lectura de sus memorias “Testimonio de dos guerras” (reeditada por Planeta en 2005), sin duda uno de los mejores y más lúcidos trabajos sobre el tema.
[4] "Antes que sea tarde". Compañía Literaria (Madrid 1996).






Libertades



Cuando la muerte de Franco ya llevábamos un añito o casi dos que estábamos bastante bien, porque este hombre andaba medio moribundo y las cosas habían cambiado bastante, pero claro, la muerte de Franco fue muy importante, sobre todo para los que estábamos clandestinos fuera de casa, porque yo tenía a mi hija y a mis nietos, que los tenía que ver casi a escondidas. Fue como una liberación, tanto como salir de la cárcel o más.

Tomasa Cuevas


Cuando volvió Dolores a Madrid tuvimos que organizar un buen tinglado, que no funcionó muy bien, pero la sacamos. El jefe superior de policía de Madrid, Campos, fue al aeropuerto y me dijo que me mandaba un inspector para salir con Dolores. Ese inspector quería saber de dónde era yo. Gallego, le dije, como él. ¿De qué pueblo?' me preguntó. De San Sebastián de los Reyes, le dije. Y me dijo que no lo conocía, que no sabía si estaba en Madrid. Y nos echamos a reír.

José Gros


La última vez que me detuvieron fue con ocasión de la Operación Lucero, cuando la muerte de Franco. Ya unos días antes, durante la enfermedad, me estuvieron vigilando permanentemente, de noche y de día, con coches en casa y todo eso, abiertamente, como si quisieran decirme que me podían detener en cualquier momento. Una noche, cuando parecía que el equipó médico habitual ya le había dado por sentenciado, me detuvieron a las tres o a las cuatro de la mañana, con cinco automóviles. Me llevaron a la Puerta del Sol y luego a las Salesas con otros compañeros que también habían detenido, unos once en total. Estando allí nos enteramos de la muerte del dictador. Un funcionario vino y nos dijo: Ha muerto el Caudillo, pero no canten ustedes muy fuerte, por favor. Nos trasladaron a Carabanchel y salimos a los veintitantos días.

Armando López Salinas


Mi marido había muerto en el exilio, clandestino y sin papeles, por lo que me fue imposible traer sus cenizas a España, donde volví a vivir antes de la muerte de Franco. Un día de enero del 77 me llamó por teléfono desde Barajas Elena, la médica que le había tratado en Rumania hasta su muerte, y me dijo que me traía las cenizas de Manuel y que venía para mi casa. Aunque ya estábamos en democracia tuve problemas para enterrarle. Me lo solucionaron en el despacho laboralista en el que trabajaba entonces.

Pepita Belloch


Tras la muerte de Franco el momento que recuerdo con mayor emoción es la fiesta de legalización del Partido que se celebró en Torrelodones, con aquella caravana de coches que llegaba hasta Madrid como un campo de amapolas. Pensé que habíamos sido capaces de hacerlo y que la lucha no había sido en vano.

Vicente Luis Llopiz


Pese a que aún no estábamos legalizados, aún con Suárez, teníamos un local en la calle Peligros que todo el mundo sabía que era del Partido. Un día llamó Juan José Rosón, que habló con Romero Marín para decir que la ultraderecha podía hacer un atentado contra gente de izquierdas, y dio mi nombre. Dijo que iba a poner policías para protegerme, y así lo hizo. Uno de ellos me había-detenido la vez anterior. Mi mujer, que los vio en la puerta de casa, dijo que nos fuésemos a otro sitio, porque nos estaban vigilando, pero yo se lo conté todo y nos reímos.

Durante los primeros meses tras la muerte de Franco, antes de que nos legalizaran, el Partido tuvo muchos contactos con gente del gobierno. El presidente Adolfo Suárez cumplió su palabra y el 9 de abril de 1977, aprovechando la Semana Santa y que los militares estaban de vacaciones, firmó el decreto de legalización del PCE. Pero la amenaza de golpe de Estado pesó como una losa y podía ser un hecho real si los españoles votaban en masa al PCE. El voto de los trabajadores y las capas medias marchó al PSOE, que con cuatro días de actuación obtuvo ciento veinte diputados frente" a los veinte del PCE. Ahí empezó la crisis del Partido.

Simón Sánchez Montero


La noche de la muerte de Franco yo estaba trabajando en el sanatorio Los Nardos. Yo era auxiliar de farmacia y me acuerdo que bajó un médico con una botella de champán y me dijo: Manolita, Manolita, que se ha muerto Franco. No se había muerto todavía, pero nos tomamos la botella de champán. Se murió a los cuatro días.

Me recuerdo en aquellos meses con una ilusión tremenda en la democracia, pensando que eral tan bonito para la juventud, para los que vienen detrás de nosotros. Y además ahora ya podíamos trabajar para el Partido de una forma abierta, sin clandestinidad. Era una esperanza tremenda que, por desgracia, no se ha cumplido del todo. Ángel pensaba igual.

Lo que recuerdo con más ilusión de ese tiempo, de llorar, es la fiesta de Torrelodones que se hizo cuando la legalización. Ángel ya estaba enfermo y un camarada, que había estado con él en la cárcel y era muy amigo nuestro, le llevó a Torrelodones en coche porque mi marido ya estaba muy delicado. Yo me fui en autobús y mi hijo se fue por otro lado, también en autobús. Aquel acto fue algo inenarrable para mí. La lluvia, aquella carretera de la Coruña con los coches con banderas y las pancartas. Lo veo todavía, creo que ahí es cuando me di más cuenta de que Franco se había muerto. Y luego el nombramiento del rey, que me acuerdo que Ángel decía: vaya hombre, mira que hacernos monárquicos ahora, con todo lo que he luchado por la República. Y la vuelta de Dolores, que fue un poco antes.

Un día había ido yo al local de Castello y una camarada me dijo que Dolores estaba en su despacho. Pues la quiero ver, dije yo. No sé si podrá, me contestó. Anda que tú puedes conseguirlo, insistí, porque la camarada era la mujer de Modesto[1] y había estado en todas partes. Me dio una llantina al ver a Dolores, abrazada a ella y llorando. Dolores estaba muy bien, muy bien de la cabeza y de salud, y me tuvo allí una hora hablando con ella.

Había conocido a Dolores en la guerra, cuando yo trabajaba en la delegación del comité central del Partido. Yo estaba en el primer piso y ella en el tercero, y había ido veces a verla por cosas de los vascos, que éramos muy chovinistas, yo ahora lo soy menos, pero entonces todavía lo era. Además me había criado de chiquitina en Gallarla, su pueblo. Hablando esta última vez con ella no sé si me reconocería o no, pero como era suficientemente sensible, me preguntó cuando la había conocido, se lo conté y ella se acordaba de todo. Me pregunto sobre mi vida y le empecé a contar por encima. ¿Qué has hecho? me preguntó. No he hecho nada, le contesté, he estado en la cárcel. Cuando oigo decir a alguien que en el exilió lo hemos pasado mal, me contestó; los que habéis estado tantos años aquí en la cárcel si que lo habéis pasado mal. Luego otro día, saliendo con Ángel, comentó que le gustaría mucho ver a Dolores, que la había conocido mucho en la guerra, y también estuvimos con ella un buen rato. Para Ángel fue muy importante, porque como estaba enfermo se encontraba muy sensible. El había sido su traductor en París en el 37, cuando Dolores fue a hablar con León Blum[2] para que dejaran entrar las armas y ayudas que mandaban de Rusia a España. Dolores se acordaba perfectamente. Venid más a menudo, nos dijo, pero Ángel estaba enfermo y no podía ir solo, tenía que acompañarle yo, que trabajaba todo el día. Ángel murió poco después.

Manolita del Arco


Mi recuerdo más nítido del franquismo es el miedo. Me enteré de la muerte de Franco por la radio, esa misma madrugada, y por la mañana llamé a mi hijo por teléfono para decírselo, pero ya lo sabía. Yo había perdido hacía tiempo el contacto directo con el Partido, aunque seguía pasando dinero y recibiendo de vez en cuando la propaganda, que discutía los domingos con camaradas que conocía de la cárcel y estaban en mi misma situación. En la primera entrega de carnets que se hizo, antes de la legalización, recibí el mío en la agrupación de mi hijo. Ahora apenas voy por el local, porque ya soy un carcamal de noventa años y mi mujer murió el pasado abril, pero sigo cotizando.

Antonio Gómez Marín





[1] Juan Guilloto León (Modesto) (1906/1969). Aserrador de profesión, organizador, junto a Enrique Lister y Vittorio Vidale, del 5º Regimiento, llegó a general del ejército republicano. El mismo año de su muerte se publicaron sus memorias “Soy del quinto regimiento”, que en 1978 reeditó la editorial Laia.
[2] (1872/1950) Presidente socialdemócrata de la República Francesa durante los años de la guerra civil española. Aunque tal vez a regañadientes, fue uno de los promotores de la política de No Intervención, que obstaculizó la entrada de armas para los republicanos españoles durante toda la contienda.



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