sábado, 12 de octubre de 2013







La bandera eurocomunista



Pocos acontecimientos marcaron tanto a los comunistas españoles en la década de los 60 como la muerte de Julián Grimau. El halo de heroísmo que enmarcó, justamente, su detención, tortura y asesinato estremeció al mundo y confirmó la justeza de la lucha antifranquista y la dedicación y contundencia con que se dedicaban a ella los militantes del PCE en medio de las más duras condiciones represivas.

Julián Grimau fue detenido a consecuencia de la delación de un camarada el 7 de noviembre de 1962, cuando era responsable del partido en Madrid. Conducido a la Dirección General de Seguridad, fue salvajemente torturado, llegando a ser arrojado por una ventana de la habitación en la que se le interrogaba, pese a lo que la policía tan sólo consiguió de él una escueta declaración en la que reclamaba la responsabilidad de su actividad y el orgullo de ser comunista: "Julián Grimau García, nacido en Madrid el 18 de febrero de 1911, hijo de Enrique y María, declaro ser miembro del Comité Central del PCE y que me encuentro en Madrid en cumplimiento de mi deber como comunista". Eso fue todo. El 20 de abril de 1963, a las 5,30 de la madrugada, fue fusilado en el campo de tiro de Campamento por un pelotón de soldados del regimiento Wad-Ras, allí acuartelado.

Ante el escándalo internacional que desencadenó el crimen en todo el mundo, con manifestaciones, protestas y asaltos a embajadas, el régimen de Franco dejó la palabra para justificarlo al hoy presidente de la Xunta de Galicia, entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, que se refirió a él llamándole "ese caballerete" y se inventó un dossier de falsas acusaciones, supuestos crímenes y abundantes distorsiones de la realidad. Los tiempos pasan, las dictaduras caen, pero algunos hombres permanecen de sillón en sillón.

De familia de clase media, Julián Grimau había ingresado en el PCE a comienzos de la guerra civil. A raíz de los hechos de noviembre del 36, cuando los madrileños derrotaron a las tropas franquistas que pretendían tomar Madrid, pretensión en la que llegaron a las mismas puertas de la ciudad, fue nombrado jefe del grupo de la Brigada Criminal y, posteriormente, ya en Valencia, Secretario General de Investigación General y delegado comunista en dicho organismo. Exiliado en Francia, Santo Domingo y Cuba, Grimau regresó al interior de España en 1957, y tras desarrollar su trabajo clandestino en Barcelona y Andalucía fue elegido responsable político, de la organización madrileña en 1959, tras la caída de Simón Sánchez Montero.

Aquellas falsas acusaciones del dossier de Fraga no hacían en el fondo sino revelar el miedo del régimen al comunismo y a los avances organizativos y políticos que el PCE había tenido en los últimos años en diferentes sectores. En la universidad y entre los intelectuales, sin duda, pero también en el mundo obrero, donde el incremento de las luchas laborales era creciente y de cuya culpa se acusaba, no sin razón, a los comunistas, diablos de todos los infiernos; incluso de aquellos de los que no eran participes.

Antes incluso que se proclamara la política de Reconciliación Nacional, el PCE inició otro camino de llegar a las masas que iba a ser fundamental en el auge del partido en los años siguientes: la participación en los Sindicatos Verticales con representantes elegidos en los talleres y fábricas, combinando la lucha legal o paralegal con la clandestina. Los primeros resultados positivos de esta nueva táctica se notaron ya en 1955, cuando en el III Congreso de Trabajadores del Sindicato Vertical se aprobaron mayoritariamente las reivindicaciones que los comunistas venían defendiendo y difundiendo en Mundo Obrero y Radio España Independiente: salario mínimo social de 75 pesetas diarias, que las mujeres cobraran lo mismo que los hombres por el mismo trabajo y seguro de paro. El ministro del ramo, el ínclito sindicalista José Solís Ruiz, que hubo de escuchar impertérrito las conclusiones del Congreso en su clausura, encontró pronto la solución a la derrota: no volver a convocar el organismo en el que había sido derrotado.

La agitación social y laborar promovida por los comunistas alcanzó pronto niveles preocupantes para el Gobierno franquista, Las importantes acciones reivindicativas que tuvieron lugar en Asturias, Vizcaya y Madrid en la primavera de 1956 no fueron sino el comienzo de una ola prolongada de huelgas y movilizaciones que no sólo fortalecieron la organización comunista sino que consiguieron de manera clara el apoyo de destacados artistas e intelectuales, como en la carta de protesta por la represión en Asturias que 101 intelectuales firmaron en septiembre de 1963, encabezada por José Bergamín a cuyo nombre seguían, entre otros, los de Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Manuel Sacristán, Paulino Garagorri, Gabriel Celaya, Salvador Espriu e Ignacio Aldecoa.

Aquellas movilizaciones, que aún con reivindicaciones meramente laborales no dejaban de tener un fondo político, convocadas a veces por los enlaces sindicales libremente elegidos utilizando los resquicios legales que les permitían unas leyes dictatoriales pero que no se podían negar a abrir ligeramente la mano, sirvieron al PCE pare trabar una ligazón popular de la que hasta entonces habían carecido. En ellas comienza a surgir por primera vez la denominación de Comisiones Obreras para los grupos de trabajadores, enlaces o no, elegidos para negociar ante las empresas, iniciando las bases de una organización sindical ilegal, pero ya no clandestina, que cuajaría definitivamente en la negociación del convenio del sector del metal de Madrid a mediados de 1964, dirigidas por un trabajador de la empresa Perkíns llamado Marcelino Camacho.

Ni que decir tiene que, de acuerdo al principio de acción-reacción, al auge de las movilizaciones populares siguió el de la represión policial, que nunca se había apagado pero que ahora volvía a tomar un protagonismo que llevó a muchos nuevos militantes comunistas a las cárceles, donde se encontraron con los veteranos que habían sido detenidos en décadas anteriores. La geografía carcelaria del país volvió a llenarse de presos políticos, de los que nunca habían quedado vacías, y los presidios fueron de nuevo universidades para muchos de los reclusos. Las puertas de las prisiones, algunas tan famosas como la Modelo de Barcelona, la de Carabanchel en Madrid o la Central de Burgos, seguían siendo punto de reunión de familiares de presos, incrementados ahora por madres y padres, esposas, hijas e hijos de los nuevos reclusos.

Un testimonio significativo sobre la importancia y la repercusión de las cárceles en aquellos primeros años de la década de los 60 lo constituye el de Ramón Mendezona, miembro de la dirección del partido y director de Radio España Independiente, la emisora Pirenaica, que cuenta cómo se elaboró y puso en antena un programa realizado por los mismos presos: "En la dirección del Partido nos preocupaba que valiosos cuadros, al ser encarcelados, equivaliera a sepultarlos en vida, privándonos de su ayuda. Había que solucionar esta anomalía, utilizar el enorme potencial acumulado en lugares como el Penal de Burgos, donde centenares de comunistas purgaban largos años de prisión. Comprendíamos las represalias que podrían descargar sobre ellos, empeorando su situación. ¿Qué hacer?

La solución la dieron ellos mismos. Y el 5 de octubre de 1963 pusimos en el éter el primer programa "Antena de Burgos", realizado por presos políticos. Filtrándose a través de los muros y rejas nos llegaban aquellas emisiones escritas con la paciente pulcritud de los penados, en minúsculos papeles y caligrafía mínima. Qué inmensa capacidad de iniciativa y de sacrificio, afrontando todos los riesgos, condensaban esos programas, bien realizados y audazmente enviados, sin fallar en semanas, meses y años"[1].

Especial relevancia tuvo en la vida interna del PCE de finales de los años sesenta la decisión de su dirección de oponerse a la invasión de Checoslovaquia por tropas del Pacto de Varsovia el 21 de agosto de 1968, que acabaría con la llamada Primavera de Praga y con la posibilidad de llevar a cabo un socialismo distinto al soviético, con claros contenidos democráticos. Esta posición crítica sería el principio de lo que se llamó Eurocomunismo y marcaría el comienzo de la independencia del PCE con respecto a la política de la Unión Soviética, fortaleciendo la posición de los comunistas españoles dentro del país y en el contexto internacional, en el que compartían posturas con otros partidos, el italiano en primer lugar, pero también el japonés, el francés o el sueco, y permitiría la elaboración de nuevas líneas políticas, como las expresadas por los enunciados de "alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura" o "el pluripartidismo como vía al socialismo", que personalmente tanto debatí en mi célula de las Juventudes Comunistas.

Paradójicamente, el fortalecimiento del PCE en el interior coincidió con una gran cantidad de escisiones que tuvieron lugar en el seno de la organización, con la salida en 1968 de los pro-soviéticos, encabezados por Enrique Lister y Eduardo García, que había estado precedida por la de los pro-chinos en 1963, a raíz de los enfrentamientos entre China y la URSS. Sucesivas escisiones de aquellos años darían lugar en buena medida a la larga lista de grupos, grupúsculos y organizaciones comunistas que nacieron o reaparecieron en España a lo largo de la década de los 70 y especialmente en los campus universitarios: Partido Comunista Obrero Español (PCOE), Liga Comunista (LC) y Liga Comunista Revolucionaria (LCR), Partido Comunista Marxista-Leninista (PC-ML), Partido Comunista Independiente (PCI), Oposición de Izquierdas (OPI), Movimiento Comunista (MC), Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) o Partido del Trabajo (PT).

Ni que decir tiene que militantes de todos ellos, por no hablar de los de ETA o el FRAP, fueron detenidos, pasaron por las cárceles franquistas y sufrieton toturas durante la última década de la dictadura. No aparecen aquí, como tampoco lo hacer tantos militantes del PCE que ingresaron en el partido en ese mismo periodo de tiempo y vivieron similares avatares que sus compañeros de otras organizaciones. Como concepto de este trabajo había delimitado el campo a aquellos comunistas que, habiendo iniciado su andadura militante antes de la guerra civil, o en la inmediata postguerra, como Armando López Salinas, estuvieron en la lucha hasta el fin de la dictadura, una resistencia que en muchos casos hizo que igual fueran encarcelados en los años 40 o en los 70. Es el caso de Simón Sánchez Montero, que aquí cuenta su primera estancia en la cárcel pero que en la última etapa fue encerrado hasta la proclamación de la amnistía de 1976, ya muerto y bajo losa el dictador. Manolita del Arco, desde fuera, y Vicente Luis Llópiz, desde dentro, narran la situación en las cárceles en la segunda mitad de los sesenta y Tomasa Cuevas ofrece una lección sobre comunicaciones clandestinas en las cárceles.




[1] "La Pirenaica y otros episodios". Libertarias/Prodhufi  (Madrid,  1995).




Cárceles 2


Regresé a Madrid desde Sevilla en el 44 y me puse a trabajar para el Partido, viviendo con muchas dificultades porque no podía ir a casa de mi familia. Ya estaba casado con Carmen, pero no podía verla porque ella también había estado detenida y podía ser peligroso. Estuve en el comité de Vallecas y también un poco encargado de la propaganda del comité regional. En septiembre del 45, recién terminada la guerra mundial, me detuvieron por primera vez. A las tres del la tarde del 11 de septiembre tenía que entregar una multicopista, una de las más antiguas, de esas de palanca, en una frutería que regentaba un camarada al que llamábamos Trosky. Llegué a las tres menos cuarto, el cierre estaba echado a medias, como lo dejaban ellos al medio día. Entré y encontré a uno de los hermanos que llevaban la tienda y a otro tío al que no conocía. El chico me preguntó enseguida que es lo que deseaba. Yo me di cuenta inmediatamente de que algo no iba bien, porque esa no era la contraseña, y le pedí un kilo de uvas. Él empezó a echar las uvas en un cucurucho de papel y el otro me pidió la documentación y se identificó como policía. Le di la cartera y salí de un salto bajando el cierre metálico, aunque no tenía la llave y no lo pude cerrar del todo. Salí corriendo. Era en la calle Ancora esquina a Delicias y todo el bloque siguiente era un solar enorme con un lavadero muy grande a donde iban muchas mujeres. Cuando di la vuelta a la esquina el policía disparó el primer tiro corriendo y gritando: al ladrón. Al doblar una calle volvió a disparar y los gritos siguieron. Yo ya había dejado al tío atrás, porque yo corría mucho y el tenía más edad, pero otro tío, que al parecer era de la guardia de Franco, se tiró a por mí, forcejeamos, me rompió las gafas y en la pelea llego la policía y pudo detenerme. Volvimos hacia la frutería, y al llegar por la calle de Canarias hacia la glorieta de Luca de Tena oía los comentarios de la gente que se preguntaba por qué me detendrían y yo di el mitin, explicando que me detenían porque era comunista y republicano. Al policía que me llevaba le temblaba la mano, porque claro, la guerra mundial acababa de terminar y las cosas que ocurrían en el mundo entonces no se sabía cómo podían terminar. Apareció un guardia municipal vestido de uniforme y con pistola que dispersó a la gente.

Me llevaron a la Dirección General de Seguridad y me encerraron, pero a la una y media de la madrugada fueron a sacarme. Me subieron arriba y fuimos a salir por la puerta de la puerta del sol, pero el de la guardia que había allí se negaba a dejarme salir, porque no me habían apuntado el ingreso en la DGS, pero los de la social se impusieron. En un coche me llevaron Carrera de San Jerónimo abajo hasta la comisaría de Vallecas. Claro, es porque no me querían currar en la Puerta del Sol porque estaba en España el hijo de Churchill e iba a hacer una visita a la Puerta del Sol para ver como trataban a los detenidos. Creo que allí vio a Santiago Alvarez, que le habían detenido unos días antes. La caída fue porque en Vallecas hicimos una octavilla denunciando que le habían detenido y pidiendo su libertad, ese fue el origen de la caída.

Me tuvieron toda la noche en una habitación de la comisaría de Vallecas y al día siguiente, cuando se apagó la luz, que se apagaba a las siete de la mañana por las restricciones, me bajaron a un calabozo en el que me encerraron, dejándome las manos esposadas a la espalda. Una noche de esas te desidrata ¿no? y yo tenía una sed terrible y llamé con el pie. Llegó un guardia enseguida preguntándome que deseaba. Si hace usted el favor de traerme un poco de agua, le pedí. Sí, sí, ahora mismo, me dijo, y volvió con un botijo. Pero yo no podía beber, porque estaba esposado. Se lo mostré y el hombre dijo: esto es un crimen, son unos asesinos, ya he oído lo que han estado haciendo con usted esta noche, a esto no hay derecho, yo le quito las esposas. Y el hombre aquel fue a probar pero no valía su llave. La de los otros compañeros, que también las probó, tampoco. Cuando llegue el relevo probamos con las de los otros, me dijo, y efectivamente, probó luego y una de ellas valía y me quitó las esposas. A mi aquello me emocionó.

Volvieron por la noche y me subieron otra vez a la habitación de arriba. Se pusieron como unos energúmenos porque me habían quitado las esposas y seguramente al hombre le valió una buena bronca. Me tuvieron muy aislado, porque yo no sabía si la detención era por una cosa o por otra, por el aparato de propaganda o por la actividad en Vallecas.

Estuve allí hasta últimos de septiembre que nos llevaron a Alcalá de Henares, donde estaba la prisión preventiva en la que tenían a los presos antes de juzgarles. Allí me enteré al fin que la cosa venía de Vallecas, luego me dijeron que era por las octavillas. En la conducción a la estación nos llevaron en un coche celular y uno de los policías le habló al jefe de la Guardia Civil y le habló, me recomendó vamos, y el tío me apretó las esposas al máximo, bueno una de ellas, porque iba unido a otro camarada. La mano empezó a hinchárseme, el otro camarada llamó al que nos acompañaba y le explicó la situación, que no había derecho a hacerme lo que me estaban haciendo. Nada, que se aguante, dijo el tío. Cómo sería la cosa que cuando llegamos a la cárcel el funcionario que se hizo cargo de nosotros le dijo a la guardia civil: ustedes no tienen derecho a esto que hacen.

Alcalá de Henares era en aquella época la cárcel de los detenidos ya por asuntos de clandestinidad, no de guerra. No sé, habría unos ochocientos presos políticos, la gran mayoría comunistas, todos de delito posterior, que decían. Como era después de la guerra, y aunque los de la CNT y del PSOE habían permanecido los primeros años sin organización, antes la inminencia de que la guerra mundial acababa de terminar y que ellos estaban convencidos de que las democracias iban a ayudar a terminar con Franco, se habían organizado. Había allí dos ejecutivas del Partido Socialista y una dirección nacional o dos de la FAI-CNT, creyendo eso. Incluso en la calle yo había tenido alguna reunión orgánica con un socialista y nos proponían que creáramos en Madrid un Gobierno republicano en contraposición al gobierno de la república en el exilio. Claro, aquello no me lo tomé en serio porque me parecía cómico, ya que yo estaba convencido de que los ganadores de la guerra no iban a acabar con Franco, antes al contrario. En Alcalá de Henares estaban también Lucas Ñuño y Agustín Zoroa[1], que habían vuelto del exilio y a los que fusilaron el 27 de diciembre de 1947. A Agustín le mantenían en celdas y no le dejaban hacer vida común con los otros presos.

En 1948 me trasladaron a Burgos, que era la prisión comunista, a la que llevaban a los presos de todas las cárceles de España que consideraban más peligrosos, a los que habían participado en huelgas y protestas. Había allí unos dos mil internados, de los cuales mil setecientos eran del Partido, pero no de la guerra, sino acusados de lo que llamaban delito posterior. A partir del momento en que se inició la guerra fría con el discurso de Churchill del 46, veíamos que teníamos que pasar allí el desierto, porque la cosa iba para largo, y el Partido se preparó conscientemente para ello. Se ha dicho mucho que Burgos era una universidad, y es cierto, porque allí había catedráticos, escritores, pintores, músicos, muy capaces políticamente todos ellos, que daban charlas y clases. La escuela tenía mil doscientos apuntados, que recibían clases de los últimos años de bachillerato, de física y, sobre todo, de economía marxista. No se autorizaba nada, pero se hacía de todo, como por otro lado se hacía también en Alcalá de Henares.

En Burgos había una biblioteca clandestina con libros de todo tipo, se representaban obras de teatro, se fabricaban objetos en un taller que luego se mandaban fuera y servían para recaudar dinero. También había un coro, del que yo no formé parte, y una orquesta de presos, en la que no había comunistas.

En el dormitorio se reproducía Mundo Obrero, que era local pero mantenía la misma cabecera que la edición nacional. Se hacían a mano quince o veinte ejemplares, que se copiaban con una gelatina, y también se editaba una revista humorística. Otra cosa eran las reuniones, que al principio las había de todo tipo: de célula, de agrupación, de grupos regionales o sindicales. Un día, haciendo balance se me ocurrió decir que hacíamos demasiadas reuniones en las que discutíamos siempre lo mismo, y la observación tuvo éxito, porque al poco tiempo se redujeron las reuniones. La proyección de la cárcel hacia la ciudad era muy grande. Hubo un momento en que la Acción Católica de Burgos mandaba a sus chicas a catequizar a los presos, pero tuvieron que dejarlo porque era al revés, los que las catequizábamos a ellas éramos nosotros.

Simón Sánchez Montero


Menos de tres años después de salir de la cárcel, en la que habíamos pasado dieciocho años, detuvieron a Ángel de nuevo. Nuestro hijo tenía dieciséis meses. Él salió en abril del 60 y le detuvieron el día 20 de enero del 63 y tuvimos que volver a las cartas. Yo le escribía todos los días y él me escribía una vez a la semana, que era lo que le autorizaban. Estuvo otros siete años encerrado.

Entonces tuve que vivir algo que he comentado muchas veces, que fue estar a la puerta de la cárcel, más aún sabiendo lo que sucede dentro, como era mi caso. En la cárcel te castigan un montón de veces por lo que sea. Recuerdo que una vez, al principio de estar yo en la cárcel, me llamaron a comunicar porque había llegado mi madre, y una funcionaría, que era tan mala que le llamábamos la Drácula, me paró. ¡Quieta! me dijo, porque iba corriendo. Mi madre no me pudo ver aquel día. Aquella funcionaría me castigó por lo menos quince días a fregar las galerías, de rodillas, porque entonces no había fregona. Sólo por correr al ir a comunicar.

Cuando después estuve en la puerta de la cárcel de Burgos para ver a mi marido y nos han dicho que no salían a comunicar porque estaban castigados, era una angustia horrorosa. Yo, que sabía lo que era la cárcel, tenía menos angustia, porque sabía lo que es la sicología del preso, que sabe que la causa por la que está castigado es una causa injusta, pero que sin embargo él, como tal preso, se ha portado justamente, en ese momento tú estás tranquilo y están bien y estás hasta contenta. Estando preso te preocupa la familia, pero hasta cierto punto, porque crees que todo se acaba cuando se marcha, pero no, la familia está ahí.

Estar a la puerta de la cárcel también es muy duro. El funcionario o funcionaría te suele tratar a patadas, vas con los niños y tienes que estar con en brazos, con el paquete en la otra mano y sin que te hagan ni lindo caso. Los funcionarios, en vez de decir: que vayan pasando y den los paquetes para que luego pasen a comunicar, te tienen allí en la calle con el tiempo que haga, con sol o lloviendo a cántaros. Recuerdo que en la puerta de Burgos se me helaba toda la cara y no podía ni hablar aunque fuese muy abrigada, y a mi hijo la de veces que le he tenido que llevar en brazos aunque tuviese ya cuatro años, para que no se helase por el camino, que había que andar un kilómetro desde el autobús hasta la cárcel, porque nosotros no teníamos ni coche ni nada, claro. Y estás allí en la puerta para te digan que ese día, un día de la Merced[2], por ejemplo, los niños no podían pasar, después de haberles llevado de Madrid a Burgos para que estuvieran un rato con sus padres.

Pero ese día los niños no pasaron, porque los presos habían dicho que los niños no pasaran, ya que habían castigado a dos compañeros[3], que estaban luchando por no ir a misas, para conseguir que desapareciera del reglamento la clausula que obligaba a ir a misa a todos los presos. Como pensaban que para el día de la Merced les levantarían el castigo, porque ese día solían levantarlos, y ese año no lo habían hecho, los presos dijeron que como no salieran de celdas esos dos camaradas ellos no recibían a sus hijos. A todo esto, la puerta del penal estaba llena de madres con niños. Yo tenía uno, pero había camaradas que tenían tres o cuatro. Allí, a la puerta de la cárcel, preguntando los niños que cuando iban a entrar a ver a papá, y una diciéndoles que no, que ese día no entraban.

El funcionario de prisiones me llamó. Era bastante mala persona pero a mí me tenía bastante respeto, pues aunque me había enfrentado con él varis veces, le hablaba con bastante diplomacia y me respetaba. Yo estaba allí con todo el grupo de mujeres enfrente del penal, y me llamó. Llegué a la ventanilla de paquetes y me dijo que mi marido había dicho que pasara al niño. Le pregunté ¿mi marido ha dicho que pase el niño? Sí, sí, ha dado recado de que pase al niño. Pues dígale a mi marido que el niño no pasa. Pero bueno, señora, es que su marido quiere ver al niño y si él dice que le pase tiene usted que pasarle. Dije: sí, pero como resulta que el hijo está conmigo en este momento no pasa, dígale usted a mi marido que el niño no pasa, a menos que dejen pasar a todos los niños que están aquí con el mío, o que salga él mismo a buscarle aquí a la calle. Yo sabía que era mentira, porque Ángel no dice que pase el niño si han tomado la decisión contraria. Lo que sucedió es que el funcionario quería ver si así rompía la unidad que teníamos, tanto las mujeres de los presos como los presos mismos. Además, que salvajada, que yo pasara a mi niño mientras el resto de las madres no podían.

Se ha hablado mucho de los que hemos estado presos, pero poco de los familiares que esperan en la puerta. Las que más han ido a las puertas de las cárceles han sido las mujeres: hermanas, esposas, madres. En muchos casos porque los hombres eran los que estaban dentro; en otros, porque aunque no fuera el marido, sino el hijo o el hermano, el hombre de la casa, el padre, es el que trabajaba y no podía dejar el trabajo. El caso es que la que iba siempre a la puerta de la cárcel y tenía que aguantar los malos humores del funcionario, a veces hasta el mal humor del familiar que salía a verla, las horas de espera a la puerta de las cárceles, que son a veces interminables, para que luego llegues y te digan que está castigado. O como sucedió en muchos casos, sobre todo en los primeros dos o tres años de la terminación de la guerra, que llegara una mujer a la cárcel, preguntara por fulano de tal para verle y le dieran el petate de fulano de tal que le han fusilado esa mañana. Las mujeres fueron las que estuvieron siempre al pie del cañón, sin desfallecer nunca, únicamente con el sufrimiento de saber qué les pasaría dentro y qué no les pasaría, que quisieran llevarles más de lo que llevan y no pueden porque económicamente no se lo permiten sus circunstancias, y que quisieran, claro está, sacarle a través de las rejas y que tampoco pueden. La impotencia por un lado y la angustia por otro, y que, además, es una vida tronchada, porque hay esposas que han estado a la puerta de la cárcel muchos años. Yo tengo una amiga, que el marido está ahora muy enfermo, muy enfermo, ya con ochenta años, que entre las dos etapas que él estuvo preso ha pasado veinticuatro años a la puerta de la cárcel esperándole. ¿Qué juventud ha tenido esta mujer? De una lealtad extraordinaria, porque ha podido haber excepciones, pero normalmente la mujer ha mantenido en estos casos una lealtad extraordinaria al marido.

Entre las mujeres de los presos había buenas relaciones, aunque las hubiera que no eran del Partido. Las que estábamos en el Partido éramos una piña. En la década de los sesenta hemos estado muy organizadas las mujeres de los presos. Hemos ido a ver a personalidades, al Primado de España, por ejemplo, pidiendo la amnistía, a otros obispos, políticos, a quien fuera necesario. Cuando hacíamos una petición de amnistía no era para uno en particular, sino globalmente, para todos los presos políticos, aunque teníamos que decir que lo pedíamos porque éramos esposas de presos determinados. Por ejemplo, la mujer de Simón, hasta fotos tengo de haber ido a viajes con ella y con otras. Hemos hecho manifestaciones en Madrid pidiendo la amnistía, aunque íbamos cuatro en aquella época. Estábamos muy unidas, se creó entonces una relación muy fuerte que hemos seguido manteniendo, aunque ahora se anda de otra manera y nos vemos menos, pero mantenemos una amistad entrañable. Tengo grandes amigas que hice en las puertas de las cárceles. Ahora voy a ver si encuentro una residencia donde pueda estar una de estas amigas que tiene ochenta años, aunque no hay manera, porque las residencias son muy caras y en las de la Comunidad no hay plazas. Es muy difícil, pero ahí tengo dos direcciones a ver si el lunes puedo ir y enterarme de lo que cuestan. Esta amiga tiene dos pensiones, porque los dos eran sastres y trabajaron, pero no es suficiente. También tienen dos millones y pico que les han correspondido por haber estado el marido en la cárcel, y ella lo dice así, fríamente: si yo supiera que Julián se muere en cinco meses, yo esos dos millones, que ella los ha puesto para que le renten, me los gastaba íntegros en él, pero si le meto en una residencia de doscientas mil pesetas al mes ¿cuánto me duran los dos millones¿ ¿diez meses? ¿y luego que hago?. Es triste la cosa. Es un matrimonio que vive en una casa vieja por ahí por la calle de las Huertas que es un cuarto piso sin ascensor y ya tienen ochenta años, con artrosis. Es una mujer con una moral estupenda, pero ahí están, él con la cabeza casi perdida y ella sin dinero para poder ayudarle. Ha sido una mujer muy valiente, veinticuatro años a la puerta de cárcel, al Puerto de Santa María, a Chinchilla, ese penal que hay en Albacete, y a Burgos, claro.

No teníamos mucha relación orgánica con el Partido, porque al ser mujeres de preso éramos muy conocidas, pero manteníamos contacto a través de un camarada que representaba al Partido y nos orientaba siempre. Era la forma de luchar como mujeres de presos, que teníamos mucha más autoridad moral para ir a hablar con gente, por ejemplo con Solís, que nos llamaba camaradas. Nunca se me olvidará, íbamos Carmen, la mujer de Simón, y yo, y nos decía camaradas. Nuestra tarea en este tiempo, hasta que ellos salieron, era luchar por la libertad de los presos. En eso estaba centrado nuestro trabajo político. Nos daban con la puerta en las narices muchas veces, como es natural, pero nuestra tarea natural era pedir la amnistía.

Manolita del Arco




La primera visita que recibí en mi celda de Burgos fue la del oficial de servicio. Me dijo que había leído mi expediente y que le parecía mentira que no me diera cuenta de que estaba luchando contra un muro. Yo le contesté que a Lenin le habían dicho lo mismo y contestó que a lo mejor tiraba abajo el muro, pero él decía que era imposible.

En aquel momento había un sector de la iglesia un poco antifranquista y la organización del Partido en la cárcel se planteó luchar por la libertad de conciencia de no ir a misa. Pensaron en Vidal de Nicolás[4] y en mí para iniciar la acción. Como primer paso enviamos instancias al obispo y a los ministros planteando el tema sin resultado, por lo que decidimos dirigirnos al director de la prisión e indicarle que si para una fecha determinada no nos facilitaba un lugar para leer nos negaríamos a ir a misa. Llegado el día elegido, nosotros bajamos los últimos al patio y dijimos que queríamos ir al lugar de lecturas. Como no lo había les comunicamos que nos negábamos a ir a misa reivindicando nuestro derecho de no creyentes. Nos llevaron a celdas de castigo y nos cortaron el pelo al cero. El domingo siguiente nos sacaron al pasillo y nos ordenaron que nos arrodillásemos. Ese día entraron en celdas cuatro camaradas más que se habían negado a ir a misa y fuimos seis. Entre ellos estaba el periodista Elíseo Bayo.

El periplo fue pintoresco, porque los funcionarios nos leían lecturas piadosas y se sorprendían mucho cuando veían que teníamos gran respeto por las lecturas morales. Al cuarto domingo los funcionarios ya no resistían la tensión. Nos planteamos entonces no desfilar frente a la dirección, haciéndolo como los prisioneros de guerra, con la cabezas bajas. El día cumbre nos pusimos en cabeza Vicente Cazcarra[5] y yo, encargados de arrancar a paso lento. Nos llevaron a las celdas de castigo, pero acabamos con el desfile.

También hicimos otra acción magnífica con motivo de la muerte de Togliatti[6], que a la hora del paseo en el patio hicimos una formación cerrada y guardamos un minuto de silencio. Aquel día las mujeres de los presos hicieron una manifestación en Burgos, por la Avenida del Espolón, a las doce de la mañana, cuando más gente había. Fue una magnifica época de lucha del Partido con la que se consiguieron muchas cosas.

Desde entonces se nos fueron dando más libertades dentro. Se nos llevaron estufas, se permitió que leyéramos la prensa, aunque sólo el ABC, y se liberalizó más la vida interna.

Vicente Luis Llopiz


De Burgos se sacaban las cosas de mil maneras: con una tartera de doble fondo, en las asas de los bolsos, y para entrar también, en latas de conserva, a las que también les hacían en Francia un doble fondo. Con una de estas me pasó a mi una vez que se conoce que habían dejado un pequeño poro abierto y por él se pudrieron las sardinas en aceite que iban en la lata y había un olor horrible. Yo fui echándome colonia de Barcelona a Zaragoza, y allí fui a la persona que iba a pasar la lata, la familia de Vicente Cazcarra, que me ayudaba a meter y sacar las cosas de Burgos (también me ayudaba desde Vitoria la familia de Rosell), y les dije: Marujina, el coche y arreando a Burgos que mira lo que llevo, trilita va ahí. Como olía tanto, le dije al padre de Cazcarra: Vicente, que también se llamaba Vicente, vamos a abrir la lata en el campo. El no quiso. Llegamos a Burgos y nos quedamos de pensión. Bajamos al río, abrimos la lata, tiramos las sardinas y sacamos los papeles que había en ella. Me tuve que buscar un apaño para meter las cosas y le expliqué a Miguel lo que había pasado, porque era imposible meter la lata, lo hubieran descubierto todo.

Tomasa Cuevas




NOTA: Los dibujos pertenecen a Tony Gallardo, escultor y pintor canario, secretario general del PCE de Canarias en los años sesenta, que estuvo preso en las cárceles de Segovia, Cádiz y Tenerife entre 1968 y 1972.



[1] Ambos fusilados. Ver en el capítulo Paredones de este mismo libro la última carta de Agustín Zoroa dirigida a su madre, que escribió la misma madrugada de su fusilamiento.
[2] La virgen de la Merced, es la patrona de los presos y en su festividad, el 24 de septiembre, dejaban entrar a los niños al interior de la prisión para que vieran a sus padres.
[3] Vicente Luis Llópiz, que fue uno de ellos, habla del incidente en este mismo capítulo.
[4] Poeta vasco. De 1998 a 2005 fue presidente del Foro de Ermua.
[5] (1935/1998) Marino mercante y traductor. Estuvo seis años en Burgos. Fue secretario general del PCE de Aragón.
[6] (1893-1964) Secretario General del Partido Comunista Italiano. Exiliado en la Unión Soviética tras el golpe fascista de Mussolini, asesoró al PCE durante la guerra civil con el nombre de Ercoli. Miembro de la dirección de la Internacional Comunista, a su vuelta a Italia finalizada la guerra mundial, puso los cimientos de lo que luego se llamaría Eurocomunismo.






No hay comentarios:

Publicar un comentario