sábado, 26 de octubre de 2013

HOMENAJE A ANTONIO MACHADO EN BAEZA 1

De carreras con Machado en Baeza. 1
1966. Homenaje a Antonio Machado. Prohibido, pero realizado




NOTA en 2013
El homenaje a Antonio Machado que intentó celebrarse en Baeza en febrero de 1966 fue, sin ningún género de dudas, el primer acto de masas político-cultural de oposición al franquismo. Lo que sigue es una narración de aquellos hechos que vio la luz por primera vez en el libro “TANTAS VIDAS, TANTAS LUCHAS”, en el que conté en 2011 la apasionante historia colectiva del Club de Amigos de la Unesco de Madrid, que, cómo se verá, jugó un papel decisivo en la organización de aquel homenaje, previsto como un paseo con Machado por los campos en los que el poeta había vivido varios años de su vida y que acabó en carreras, palos y detenciones.
Teniendo en cuenta el objetivo del libro del que forma parte, no es de extrañar que el texto que sigue esté escrito desde el punto de vista del CAUM, aunque ha sido precisamente los archivos del Club los que me permitieron contar la historia de una manera más completa que como lo han reflejado en sus respectivas memorias Carlos Castilla del Pino o José Manuel Caballero Bonald, dos de los protagonistas del conflictivo homenaje, o como lo dejaron escrito Fernando Jáuregui y Pedro Vega en su muy completa “Crónica del antifranquismo”[1]. Los tres me sirvieron como documentación fundamental, así como los trabajos que cito procedentes de internet.
También me ha ayudado a la hora de escribir el haber sido uno de los más de dos mil participantes en aquel homenaje. Recién cumplidos los 17 años, recién asociado del CAUM, recién estrenada militancia en las Juventudes Comunistas y recién sufrida la primera detención policial en la manifestación ante la embajada de EEUU que protestaba por la caída de tres bombas atómicas en el pueblo de palomares apenas un mes antes, aquel viaje supuso una experiencia que resulta difícil de olvidar, Memoria que he aprovechado especialmente para el relato del viaje de Madrid a Baeza.
A la hora de encontrar ilustraciones sonoras que aportar, pensé primero en algunos de los numerosos poemas que se han convertido en canción. Me pareció, no obstante, que resulta más conveniente convertir en vídeos algunos de los poemas que se grabaron en el disco que sirvió para sufragar los gastos del homenaje, que desde entonces me ha acompañado de casa en casa y de mudanza en mudanza. En él, Fernando Fernán Gómez, Fernando Rey y Francisco Rabal, probablemente los tres mejores actores de su generación y de muchas otras, leían textos de Antonio Machado. Al ser una edición privada sin distribución comercial, se trata sin duda de grabaciones históricas de las que no he encontrado rastro alguno en internet.



1.- La preparación
Desde 1939, y durante toda la dictadura, Antonio Machado fue, sin ninguna duda, el referente moral, cultural y político más importante para los españoles antifranquistas de cualquier signo y condición. Su poesía, su inquebrantable adhesión a la legalidad republicana, la dignidad de su actitud personal a la hora del exilio y su muerte en Colliure el 22 de febrero de 1939, apenas unos días después de haber salido de España por los Pirineos como un soldado más de la República, le habían hecho ganar el respeto y la admiración de los españoles que habían perdido la contienda; por encima, incluso, de partidos, ideologías o corrientes estéticas concretas. Y, además, en un ejemplo para las nuevas generaciones.
Machado fue un referente para intelectuales, artistas y gente de la cultura, por supuesto, pero su magisterio superó con mucho ese ámbito. Españoles de toda clase de oficios o profesiones, letrados y personas humildes, que en muchos casos habían tenido que aprender todo lo que sabían, que a veces era mucho, en las escuelas de la calle y de la vida, asumieron su poesía y actitud vital como un magisterio ético. En cuántas casas populares, igual que se escuchaba la Pirenaica para pensar que no todo estaba perdido, se guardaban como oro en paño las obras completas del poeta publicadas en Argentina en 1943, una edición poco accesible entonces en España pero que en el Club circulaba de mano en mano, junto a la posterior antología también editada al otro lado del Atlántico, precisamente porque en ellas se podían leer algunos de sus más célebres y combativos versos, para soñar que un mundo mejor tenía que llegar.
La exteriorización de ese magisterio machadiano quedó patente, entre otras muchas muestras privadas de admiración, en los dos homenajes históricos que se le realizaron en aquellos años, similares en su intención pero de muy distinto significado y repercusión.
El 22 de febrero de 1959, coincidiendo con el XX aniversario de la muerte del poeta, en el cementerio de Colliure, ante la tumba donde aún hoy reposan sus restos y los de su madre, Ana Ruiz, fallecida apenas tres días después que su hijo, tuvo lugar el primero de ellos. Fue un acto íntimo, recoleto y lleno de emoción en el que un importante grupo de jóvenes poetas y escritores llegados de la España de Franco, entre los que figuraban Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, José Manuel Caballero Bonald, Luis Rosales, Jaime Gil de Biedma, Buero Vallejo, Sastre, Alfonso Costafreda y Carlos Barral, compartieron homenaje con destacadas figuras intelectuales de las generaciones anteriores, como Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Vicente Aleixandre o Jorge Guillén, que leyeron poemas y recordaron la figura del maestro; alguien que, además de por su condición de extraordinario poeta, se había convertido también, por la fidelidad de su vida, en un símbolo de resistencia a la dictadura, lo que transformaba el homenaje en una reivindicación y el respeto en una toma de partido ético. Ese mismo día también se había convocado un homenaje complementario en Segovia, que fue prohibido, aunque Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren y Dionisio Ridruejo pudieran dirigir brevemente la palabra a los reunidos pese a la censura.
Siete años después las cosas habían cambiado en España y el momento parecía oportuno para volver a intentarlo. En 1965 el fiscal José Vicente Chamorro visitó Baeza tras las huellas de Machado, que había vivido allí siete años, entre 1912 y 1919, como catedrático de francés del instituto de bachillerato del pueblo. Se reunió Chamorro con el juez del lugar, compañero de facultad, y juntos divagaron sobre la posibilidad de un homenaje al poeta. Al regresar a Madrid, el fiscal lo comentó con varios amigos, entre los que estaban buena parte de los participantes en el anterior encuentro de Colliure, y decidieron poner en marcha la iniciativa, que se convertiría en el primer acto de resistencia político-cultural de masas que tendría lugar en España, la primera vez en que numerosos ciudadanos de todas las capas y condiciones sociales y profesionales coincidirían en una convocatoria de origen cultural pero de significado claramente político.
Aunque ya se habían realizado en el país actividades de protesta que tomaban como punto de partida la cultura, como el homenaje que en noviembre de 1955, pocos días después de su muerte, le dedicaron a Ortega y Gasset un grupo de estudiantes en la Universidad de San Bernardo de Madrid, que acabó como el rosario de la autora, o el Congreso Universitario de Jóvenes Escritores en 1956, finalmente suspendido, el homenaje a Antonio Machado en Baeza del 20 de febrero de 1966 resultó algo muy distinto. El número masivo de asistentes, procedentes del mundo intelectual y universitario, ciertamente, pero también de las capas populares de la población, empleados y obreros, hombres y mujeres de toda condición, implicó un salto cualitativo y cuantitativo de la protesta, en la que la participación del Club resultó determinante.
En aquellos años ya eran una realidad movimientos de masas como Comisiones Obreras o el Sindicato Democrático de Estudiantes, que daba organización a la lucha universitaria, y de ellos salieron muchos de los asistentes al homenaje. No obstante, quienes organizaron y coordinaron todo ese flujo de gente fueron los socios del los Clubs Unesco, que en aquel momento, y durante toda la dictadura, estaban sólo legalizados en Madrid, Barcelona, Alicante y Alcoy, pero que contaba con grupos no oficiales en ciudades como Oviedo, Las Palmas, Zaragoza, Sevilla y varias otras, de la mayoría de las cuales acudieron grupos de personas para participar en el homenaje. En aquellos momentos se dio por buena la cifra de 2.500 concentrados en Baeza, que pudiera ser exagerada, a la vista de la alegría con que se han seguido contando posteriormente los asistentes a manifestaciones y concentraciones políticas, pero que da idea del alcance de la convocatoria. En Madrid se organizaron charlas previas en colegios mayores, e incluso rifas en la universidad y en las fábricas, en las que el premio eran libros de Machado, el disco editado para la ocasión y el viaje a Baeza. Todo ello se canalizó a través del CAUM, que fue quien alquiló los cinco o seis autocares, el número exacto varía según el recuerdo de quienes lo vivieron, lo que, unido a los muchos coches particulares que trasladaron familias enteras o grupos de amigos, puede llegar a sumar entre 300 y 400 las personas que viajaron a Baeza desde el CAUM aquel 20 de febrero.
Para montar el homenaje se formó una comisión organizadora que componían, aparte del fiscal Chamorro, los poetas José Manuel Caballero Bonald y Jesús López Pacheco, la ensayista Aurora de Albornoz, el crítico de arte Valeriano Bozal, el ginecólogo José Antonio Hernández y el arquitecto Fernando Ramón, además del juez de Baeza y el titular de la cátedra de francés del instituto del que Machado había sido profesor. Todos ellos, excepto los jienenses, eran socios o colaboradores del Club, en cuyas salas celebraron buena parte de sus reuniones. La comisión de honor era aún más impresionante, y en ella figuraban Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, José Luis López Aranguren, Blas de Otero, Camilo José Cela, Antonio Buero Vallejo, Gabriel Celaya, Joan Fuster, Jaime Gil de Biedma, Pere Quart, María Aurelia Capmany, José Hierro, Salvador Espriu y Francesc Valverdú, algunos de los cuales, especialmente los residentes en Madrid, estaban igualmente relacionados con el Club.
Joan Miró, que, pese a su falsa fama de hombre con poco interés por la política, estaba realizando en aquellos momentos su serie de litografías del dictador Ubu, claro trasunto de Franco, pintó gratuitamente el cartel, que también se imprimió como tarjeta postal y que sirvió de portada al disco que se editó. En él Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey leían, que no declamaban, poemas de Machado, incluso algunos prohibidos entonces: “Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios”, “Una España implacable y redentora, /España que alborea/ con un hacha en la mano vengadora, /España de la rabia y de la idea”, “…Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda/ la malherida España, de carnaval vestida/ nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,/ para que no acertara la mano con la herida”.
Para cerrar el homenaje se planeó lo que se llamó Paseos con Machado, que iban a consistir en la colocación el 20 de febrero de una escultura de la cabeza del poeta, realizada por Pablo Serrano, socio del Club desde hacía un año y considerado ya entonces una de las figuras fundamentales del arte contemporáneo español, que se colocaría sobre un pedestal, del que se había encargado el arquitecto Fernando Ramón. El monumento había de situarse a las afueras de Baeza, en el camino sobre el valle por el que Machado había dado a menudo largas caminatas, pensando quizás en alguno de los textos de Los complementarios, un libro que escribió allí y que ese mismo año de 1966 acababa de ser editado por primera vez en España por la Editorial Ciencia Nueva, creada por varios socios del CAUM.
Una buena parte del homenaje se fraguó en el Club”, recuerda todavía Armando López Salinas, “Yo no participé en la comisión organizadora, dada mi condición militante y que había sido detenido recientemente, pero sí estuve en algunas reuniones, que se hicieron, aparte de en el Club, en las casas de José Vicente Chamorro y Pablo Serrano. Todo se preparó de forma muy abierta, conquistando la legalidad desde la práctica y desde los hechos. Queríamos que quedara claro que era un acto legal porque lo decíamos nosotros. Y punto y se acabó”.
Las primeras reacciones oficiales ante el encuentro de Baeza fueron de silencio por parte gubernativa y de aceptación en la prensa, que informó de él cumplidamente. ABC y otros periódicos se hicieron eco del homenaje y la revista Triunfo publicó, la semana antes, una fotografía a toda página de la escultura de Pablo Serrano con un largo texto de José María Moreno Galván que explicaba el significado y la gestación de la cabeza y su relación con la obra del escultor. En Barcelona, donde se había celebrado ya un homenaje el día 7 de febrero en el Colegio de Arquitectos, la Vanguardia fue la primera en dar la noticia el día anterior, en un artículo que, pese a su brevedad, no dejaba lugar a la ambigüedad: “Paseos con Antonio Machado es el título que lleva esta celebración, por la que será honrado por primera vez de manera pública en España el altísimo espíritu de Antonio Machado. La categoría de los artistas que en el homenaje colaboran es testimonio del amor y la admiración de los hombres de artes y letras españoles y de todos los amantes de la poesía a quien con tan pura inspiración cantó la fisonomía y el alma de las tierras de España”. Hasta a los voceros del régimen les parecía evidente la oportunidad del homenaje, aunque, como se verá, las cosas no fueron tan simples.
Entre tanto el Club hervía de actividad alrededor de Machado. A principio de mes se había enviado a los socios una carta en la que se les indicaba que se pondrían a disposición de los socios “autocares que saldrán de nuestro domicilio social el sábado 19 a las horas que posteriormente informaremos”. Ángel Sánchez, que era quien se estaba ocupando de las reservas no paró ni un solo día de repartir asientos y solicitar nuevos vehículos, mientras que por los pasillos se hablaba de los avances de la organización y se vendían el disco y la postal que debían financiar los gastos del homenaje. En el último y prohibido número del boletín, publicado ese mismo mes de febrero de 1966, se incluyeron seis páginas sobre el poeta, escritas por Aurora de Albornoz y Mariano Herrero, quien en el último párrafo de su artículo resumía a la perfección el sentir común sobre Machado: “Desde este casi ignorado Club de Amigos de la Unesco muchos españoles seguimos como tú, soñando realizar ese hombre, ese pueblo. Por ello, desde esta pequeña nave anclada en la antigua plaza del Progreso, empujada sólo por el viento del pueblo, de tu pueblo, deseamos ¡salud y ánimo! admirable Machado, para que desde ella un futuro y próximo vigía, encarado a toda la rosa de los vientos, pueda gritar que “España no es diferente”, que sentimos y queremos igual que otros pueblos, que queremos un mundo en paz, justo y consciente. Y que el más noble destino del hombre es luchar por conseguirlo. Y el más grande homenaje a tu memoria. Machado bueno, Machado inolvidable”. Antes, había tenido tiempo y espacio para poner los puntos sobre la íes, que no hubiera lugar a equivocación sobre por dónde iban las cosas ni de en qué campo se jugaba el homenaje: “Hoy, a más de 25 años de tu muerte, --que gloria, pero qué pena-- siguen tus versos aún más vigentes que cuando tu pluma les dio vida; hoy, tras 25 años de una paz dudosa, sigue esa España injusta, hiriente. Esa España que pregona como espíritu de un pueblo, para atraer al fácil extranjero, la España del burdo taconeo, del torito, de la reja y los lunares, de la greña y cinturita feminoide, de las casas y hoteles elegantes; esa España del desplante y del flamenco, fabricado en confortables oficinas de turismo. Pero también hay otra España, la auténtica: esa España dolorosa, abandonada, que se cruza, al salir de su patria, en la frontera, con esa riada de gentes atraída por los cromitos que oficialmente les pregonan: “España es diferente”. Esa España que sale --leve ropa, tortilla, maleta de madera-- y sus familias, que aquí quedan, quizás, aunque quisieran, no podrían leer tus versos, Machado. Hoy hay, en tu patria, oficialmente, más de dos millones de hombres que no saben ni poner su nombre, ni leer en el mapa el nombre de su patria; hombres que no pueden gozar, entre tantas otras cosas, de todo ese claro torrente de clara poesía, empezando por Berceo y los viejos, populares romanceros, y siguiendo con Manrique, con Fray Luis, con Bécquer, con Alberti, con Hernández, vertebra con recio espinazo del alma de un gran pueblo. Y tus versos, Machado, esos versos que en duro y eterno castellano esculpieron los perfiles, tan humanos, de Baroja, de Giner, de Líster, de Unamuno. Tú, Machado, marcaste un camino: el hombre. Hay que salvar al hombre”. Estaba claro: una vez más era la España del trabajo y de la idea frente a la devota de Frascuelo y de María.
A todas estas, se acercaba el día del homenaje y alguien del Régimen, tal vez Fraga, que seguía firme en su sillón ministerial, debió darse cuenta de que las cosas comenzaban a salirse de madre. Por una parte, claro, estaba el renombre de los intelectuales y artistas convocantes, lo que ya suponía por sí solo darle al acto una resonancia internacional, que bien pudiera redundar en beneficio de la imagen de evolución que el régimen pretendía ofrecer de cara al exterior. Pero por otra, estaba resultando que la convocatoria había sobrepasado los límites del mundo de la cultura para movilizar a una parte considerable de la sociedad civil. Sus confidentes en el seno del Club --que los había, como se comprobará cuando le toque el protagonismo a alguno de ellos[2]-- y de otras organizaciones así se lo indicaban, y frente a eso no estaban dispuestos a transigir. En un principio buscaron una forma indirecta de impedir la celebración. Dos días antes los periódicos publicaron que los organizadores del homenaje lo habían suspendido ante el mal tiempo que hacía en el sur de España y las lluvias que habían caído en la misma Baeza.
La noticia era falsa, naturalmente, inventada por el ministerio amparándose en que aquel febrero resultó, efectivamente, lluvioso, pero cualquier cosa servía para sembrar el desconcierto y evitar la afluencia de gente al pueblo jienense, que cada vez se preveía más numerosa. Contradictoriamente, el día anterior a la convocatoria, 19 de febrero, el periodista y poeta Miguel Pérez Herrero, de breve memoria, pues no quedó rastro de él ni en internet, publicó en “la tercera” de ABC, la página de honor del diario, un largo artículo en el que destacaba la importancia del acto: “realizar el propósito de rendir honor al poeta con dos manifestaciones, una solemne --los monumentos, incluso los más sencillos, implican solemnidad, sobre todo en el momento de inaugurarlos--, y otra diremos más poética, pasear imaginariamente con él, solo puede despertar el aplauso. Aducir razones que lo abonen nos parece innecesario”. Aunque nadie sabía muy bien lo que podía acabar sucediendo, tanto los organizadores como los que habían pensado viajar a Baeza no estaban dispuestos a ceder en sus pretensiones, por muchas maniobras de distracción que se intentaran. 



[2] El confidente policial de aquel momento, o al menos el que fue descubierto, se llamaba Ángel Sierra y posteriormente acumularia un siniestro historial. Tras abandonar el Club al ser descubierto, fue dirigente del grupo derechista Fuerza Nueva, y fue juzgado y condenado por el atentado contra galerías de arte y librerías marileñas. Entre ellas la Antonio Machado, en la que en el momento en que rompió sus escaparates y derramos con pintura roja los libros expuestos, se encontraba escondida la cabeza que para el homenaje había esculpido Pablo Serrano y que no se pudo colocar en Baeza en su momento. También estuvo implicado en el asesinato de Arturo Ruiz García el 23 de enero de 1977.

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