domingo, 22 de septiembre de 2013








En pleno proceso de descomposición de Unión de Centro Democrático, la política del partido gobernante con respeto a la televisión estuvo marcada en 1982 por la crisis y la contradicción. Hasta tal punto, que tan sólo en los 14 meses transcurridos entre el cese de Fernando Castedo en octubre del año anterior, y la llegada, en diciembre del corriente, de José María Calviño, primer mandatario televisivo socialista, hubo dos directores generales que, por si fuera poco, practicaron políticas divergentes.

Los cambios de director general en RTVE siempre han provocado periodos, previos y posteriores al nombramiento, de semiparalización de toda actividad. Desde que se empezaban a correr los rumores sobre los pocos telediarios que le quedaban al jefe actual, hasta que se asentaba en su sitio el entrante, los cuadros intermedios, faltos de directrices y temerosos sobre su futuro, entraban en un periodo de hibernación cercano a la inanición absoluta. 1982 fue un año ejemplificador de esta circunstancia.

A Fernando Castedo le habías cesado por mostrar excesivo apego a la neutralidad de la televisión pública, lo que motivó que el nombramiento el 23 de octubre de 1981 de su sucesor recayera sobre un hombre que cargara del otro lado. Carlos Robles Piquer, cuñado de Manuel Fraga Iribarne, en cuya órbita política había estado siempre, venía de ocupar diversos cargos políticos, tanto en los últimos años del franquismo como en los primeros de la transición. Probablemente el que más le avalaba para dirigir TVE fuera el papel preponderante que en los años 60 había jugado en poner en  marcha los “teleclubs” que promovía su cuñado como Ministro de Información y Turismo.

El principal campo de actuación de Robles Piquer fueron los informativos, los espacios en los que más se habían notado los cambios democráticos de Castedo. Ya sus primeros nombramientos en este terreno causaron la polémica, al poner el control de las noticias en manos del periodista y escritor asturiano Mauro Muñiz, a la sazón dirigente del sindicato amarillista APLI. Sin embargo, el mayor dolor de cabeza le llegaría al director general en mayo, como consecuencia del, para él, inocente hecho de cambiar de su puño y letra una información que le habían pasado para su conocimiento, algo que, por otro lado, se había venido practicando en TVE desde sus inicios.

La manipulación no gustó al sector progresista de la casa, ya con gran poder, que decidió contestar con una carta de protesta, elaborada por los redactores Luis Mariñas y Tom Martín Benítez, según el testimonio del primero de ellos, a la que se adhirieron 180 profesionales y en la que se denunciaba a la tele de Robles Piquer de no ser “pluralista, objetiva, veraz ni imparcial” y de primar y estimular “la docilidad y no la competencia profesional”. La protesta condujo a cinco expedientes, el del propio Mariñas entre ellos, y a una contestación en forma de texto de adhesión al director general firmado por varios profesionales fieles. La batalla, que llegó al Parlamento, fue una más, pero sirvió para colmar el vaso, y tras la retransmisión del Mundial de Fútbol, uno de los acontecimientos del año, Carlos Robles Piquer presentó su dimisión en julio y le fue aceptada.

Su sucesor, Eugenio Nasarre, de 36 años, tenía un pedigrí muy diferente, y representaba la parte más tolerante y avanzada de la derecha. Demócrata cristiano de ideología, podía aportar en su curriculum el no ser un recién llegado a la democracia, sino que podía presentar pruebas claras de haber luchado por ella desde los tiempos del franquismo, promoviendo y escribiendo en revistas míticas de la oposición de los años 60 y 70 como “Cuadernos para el Diálogo” o “Mundo Social”. Nada más llegar a TVE intentó que los noticiarios tuvieran de nuevo a una línea de cierta neutralidad, devolviendo la dirección de informativos a Miguel Ángel Gozalo y colocando como hombre de confianza a Juan Roldán. Aparte de eso, poco pudo hacer, pues no le dieron tiempo ni siquiera para llegar a asentarse en el sillón, que apenas ocupó durante cinco meses. No obstante, preparó con singular esmero, y es de suponer que con gusto en ambos casos, las coberturas de dos actos históricos: las elecciones generales del 28 de octubre, que dieron la victoria al PSOE, y nueve días después, cuando ya sabía que su cargo era interino, la primera visita a España del Papa Juan Pablo II.





Y sin embargo se mueve…



Pese al carácter de provisionalidad que tuvo toda la actividad de TVE durante 1982, también hubo ese año espacios memorables, aunque su gestación procediera de la etapa anterior.

El 25 de marzo se emitió el primero de los 13 capítulos de Los gozos y las sombras, la adaptación realizada por Rafael Moreno Alba, director, y Jesús de Navascués, productor y guionista, de la trilogía de novelas de Gonzalo Torrente Ballester del mismo título, publicada en tres volúmenes entre 1952 y 1962. El escritor siguió muy de cerca la producción, revisando los guiones, visitando los escenarios naturales o los decorados y asistiendo a la grabación. La adaptación le pareció un tanto insatisfactoria, porque las 13 horas de duración obligaban a simplificar la compleja trama de las novelas y también, según aseguró con cierta sorna gallega, porque “la novela es más erótica que la película”.

La historia de poder, pasión y lucha de clases situada en la Galicia profunda de los años 20 y 30 conquistó a los espectadores, entre otras cosas por la credibilidad general de la producción y muy en concreto por la que a sus personajes le daban sus intérpretes. Eusebio Poncela, Amparo Rivelles, Carlos Larrañaga y Charo López encabezaron un reparto que completaban actores y actrices de la talla de Santiago Ramos, Rafael Alonso, José María Caffarell, Rosalía Dans o Manuel Galiana. El éxito fue tal que al año siguiente se repitió la emisión, aunque en la segunda cadena, para retomar a una nueva reposición en la primera en 1984.

El premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal, el director de cine José María Forqué y el actor Adolfo Marsillach eran tres nombres lo suficientemente importantes, cada uno en su campo, como para que TVE les diera a los dos últimos la responsabilidad de hacer en nueve episodios la biografía televisiva del científico con la seguridad de que iba a tener éxito. Y así fue.  

Ramón y Cajal. Historia de una voluntad, se estrenó el 26 de enero en la segunda cadena, aunque luego también se dio en la primera. Costó 150 millones de pesetas y contó en el reparto con Verónica Forqué (hija del director que iniciaba así su carrera de actriz), Encarna Paso y Fernando Fernán Gómez. El parecido físico del científico con Adolfo Marsillach sirvió sin duda al actor para recrear con acierto la personalidad del Nobel de Medicina, al que ya había dado vida en “Asalto a la gloria”, la película dirigida en 1959 por León Klimovsky. Su interpretación de 1982 le valió el premio Ondas al mejor actor televisivo.




           
AVANCES TECNOLÓGICOS

Pese a la confusión política y organizativa que reinó en Televisión Española durante 1982, ese año fue, no obstante, el de inauguraciones técnicas fundamentales que anunciaban ya la televisión del futuro. La celebración del Mundial de Fútbol sirvió para iniciar la realización de los partidos con siete cámaras, lo que permitía dos repeticiones de cada jugada, y para extender el parque de receptores en color, que a partir de entonces fueron mayoritarios, aunque aún se conservaban los de blanco y negro. Además, El UHF llegó finalmente a toda España.

Sin embargo, la aportación tecnológica más importante fue la construcción en Madrid de Torrespaña, popularmente conocido como El Pirulí, la torre de comunicación desde que se distribuía la señal televisiva, papel que ha seguido cumpliendo hasta hoy en día, cuando ya ha dejado de ser propiedad de RTVE para pasar a Retevisión, que da servicio a todas las cadenas, públicas y privadas. La torre, de 231 metros de altura, fue construida en tan sólo trece meses, y se inauguró con motivo de la noche electoral que tocó aquel año.

En 1982 vieron diariamente la televisión 20.952.000 españoles. De ellos, el 74,3% la primera cadena, el 23,3% la segunda, y el 2,3% la catalana, que ya existía. La hora y día con mayor audiencia era alrededor de las 22.00 de los martes, cuando se sentaban ante el aparato, en color o blanco y negro, 22 millones de españoles.






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