martes, 3 de septiembre de 2013

1975. El año en que estalló la música en España
Páginas musicales de la revista POSIBLE





1975 fue el año en que estalló en España la canción popular, cantautores y otros, rompiendo el rígido corsé que hasta entonces la había constreñido. Un estallido provocado por méritos propios, pero ayudado por las muy especiales circunstancias políticas del momento.

La patética muerte del dictador en noviembre, precedida en septiembre por el último acto criminal del franquismo con los fusilamientos de cinco militantes de ETA y FRAP, había provocado ya antes del deceso una profunda lucha interna de las llamadas “familias” del régimen, distintas caras de la dictadura, para heredar los restos del naufragio. Se multiplicaron los pronunciamientos de los partidos de la oposición, incluido alguno que hasta ese momento había permanecido desde los años cincuenta refugiado en sus cuarteles de invierno, y los actos de protesta, huelgas, concentraciones y manifestaciones resultaban el pan nuestro de cada día en facultades y fábricas de todo el país. Comisiones Obreras dirigía con eficacia la lucha obrera; el mundo de la cultura se mostraba más soliviantado que nunca; las asociaciones de vecinos y otras organizaciones sectoriales funcionaban a toda máquina; una buena cantidad de curas habían creado un potente movimiento cristiano de oposición; y, por si fuera poco, hasta algunos militares se habían agrupado en la clandestina Unión Democrática Militar, que en agosto de ese año sufriría su primera detención colectiva.

En ese caldo de cultivo político y social, la canción, bien fuera la llamada “protesta” o la considerada “underground” o “progresiva”, constituía la principal forma de expresión y difusión de los posibles nuevos valores de una sociedad distinta que ya se veía llegar, y con ella se identificaba una buena parte de la juventud a un nivel mucho más profundo que el de los simples “fans”. La canción reflejaba las inquietudes de la mayoría de los ciudadanos más inquietos, jóvenes unos y otros no tanto, que se expresaban a través de ella. Y como la población ya no estaba para soportar corsés dictatoriales y eran suficientes para intentarlo, rompieron las ballestas opresoras y por los huecos que quedaron comenzaron a entrar a raudales las canciones y los cantantes o músicos que hasta entonces habían sido silenciados, censurados o prohibidos.

De todo ello creo que tratan los textos que reproduzco, pero no desde la perspectiva histórica de quien investiga y analiza un fenómeno en un momento de la historia, sino desde la visión en presente de quien lo iba viviendo día a días, a través de las crónicas, reseñas y comentarios que publiqué por aquellas lejanas fechas en la revista madrileña Posible.

No sé cómo ni a través de quien, a finales de 1974 me encontré metido en el proyecto de una nueva revista que se estaba preparando para salir a la calle, cosa que finalmente sucedió el 15 de noviembre de ese mismo año. Como se puede ver por la mancheta que reproduzco al final, la dirigía Alfonso S. Palomares, que dos años antes había creado “Ciudadano”, una publicación que se adelantaba a eso tan terrible de las asociaciones de consumidores y usuarios, y que luego seguiría una exitosa carrera periodística. En puesto relevantes andaban también otros jóvenes periodistas que luego harían carrera, como Francisco Cerecedo, Felix Bayón, María Antonia Iglesias, Miguel Ángel Aguilar, Francisco Gor, Enrique (luego Enric) Sopena, Juan Cueto o Antonio Burgos. Era una buena representación de lo que podríamos llamar el periodismo español disconforme post “Cuadernos para el Diálogo” y “Triunfo”, que seguía la línea que Cambio 16, que todavía dirigía su fundador Juan Tomás de Salas, aunque pudieran considerarla ya, pienso yo, demasiado asentada y excesivamente dada a la información sensacional. Entre los responsables de sección encuentro que el encargado de la de arte era Ángel Aragonés, el pintor autor de la excelente portada de “A pesar de todo, el primer LP de Hilario Camacho, que probablemente fue quien me facilitó la colaboración. Desde luego, éramos los dos más rojos de una publicación que políticamente se podría definir como liberal y democrática, y, desde luego, nítidamente antifranquista. Por mi parte, la relación fue poca. Llevaba mi artículo semanal (primero quincenal) y me marchaba. Nunca me cortaron una línea ni me exigieron un tema.

Mirando hoy aquellos artículos, y al margen de cualquier otra consideración (cómo comprobar la importancia que una revista de información confería a la música popular), pienso que leerlos puede ser como una crónica de lo que sucedió en el terreno de la música no estrictamente comercial (aunque uno de los fenómenos a destacar es que lo que no era rentable para la industria pasó a serlo) en aquel año crucial de 1975. Hasta julio, que es hasta cuándo conservo los ejemplares de la revista. Pienso que en ellos se reflejan los rasgos musicales fundamentales de aquel año: El salto a la edición y difusión masiva de la canción de autor y la música progresiva, la aparición de nuevas discográficas, la normalización de los grandes recitales, la visita habitual de los grandes del rock, la irrupción de la música sudamericana, y, en definitiva, el inició de un camino que llevó a la música popular española a su equiparación con la del resto del mundo. O al menos de una parte de él.

Como resultaba imposible reproducir las 14 páginas que conservo de aquellas colaboraciones en Posible, he seleccionado a vuelapluma algunos artículos que cuelgo aquí, aunque si existe algún curioso que no pueda resistir la tentación de ir a por todo, he preparado con la colección completa un PDF que se puede descargar aquí.








Además de los grandes ídolos del rock, en aquel año del franquismo agónico comenzó a ser frecuente la visita de cantantes sudamericanos, argentinos en primer lugar, a un país en el que hasta entonces, pese a las afinidades de lengua y cultura, tan sólo era conocido el nombre de Atahualpa Yupanqui y poco más. Por la significación y el éxito que esta música alcanzaría en los años siguientes, este es, sin duda uno de los rasgos más destacados de aquel 1975 musical, en el que tendría especial importancia el comienzo de la edición de discos (con las correspondientes visitas) de los movimientos de nueva canción que habían surgido en Cuba y Chile. En el primer caso, no sólo eran los representantes de una revolución triunfante, sino también los creadores de nuevos modelos musicales dentro de la canción en castellano, que cuajarían en España con infinidad de discípulos posteriores. En el segundo, con sus canciones de fuerte carga política y movilizadora, constituían el recordatorio de las posibilidades, reprimidas salvajemente, de un cambio profundo del sistema desde el respeto a las formas democráticas, algo muy parecido a lo que se pretendía hacer en la España postfranquista que ya se divisaba. El hecho de que tanto los artistas cubanos como los chilenos grabaran en sendos sellos discográficos únicos (EGREM, un sello estatal, los primeros y DICAP, dependiente del PC chileno, los segundos) facilitó que la música de los integrantes de la Nueva Trova Cubana o de la Nueva Canción Chilena fueran distribuidos en España por una sola discográfica, GONG, con lo que eso suponía de difusión unitaria no sólo de los grandes nombres (Pablo, Silvio, Carlos, Víctor, Quilapayún o Inti Illimani, por ejemplo), sino del conjunto de los integrantes de cada movimiento.




Los golpes militares en Argentina y Uruguay trajeron a aquella España predemocrática a una buena cantidad de exiliados, algunos de los cuales eran músicos o cantantes en los inicios de sus respectivas carreras, lo que quizás facilitó su integración en la música española de manera natural. Eran Manuel Picón y Olga Manzano, Claudina y Alberto Gambino, Indio Juan, Rafael Amor o el grupo Alpataco, como nombres más destacados de una miríada de artistas de que instalaron en Madrid o Barcelona, uniéndose a compatriotas que ya residían allí, como era el caso de Carlos Montero o Quintín Cabrera. Sus canciones y los locales que se crearon para sus actuaciones, a imitación de los que ya existían en los países de origen, contribuyeron de manera fundamental a reafirmar el carácter testimonial y de intervención de la música española. Además, de paso, dejaron alguna obra maestra por el camino, como aquel “Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta”, la obra de Pablo Neruda a la que puso inspirada música el uruguayo Manuel Picón, que ese mismo año la grabó con su compañera Olga Manzano, el grupo chileno Alpataco y el argentino Víctor Velázquez, que en las actuaciones en directo, que alcanzaron un extraordinario éxito, fue sustituido por Indio Juan.





Pese a que hacía ya más de 10 años que la nova canço catalana era un fenómeno social y cultural de especial importancia, no sería hasta alrededor de este 1975 de marras cuando la mayor parte de los cantautores de esta nacionalidad comenzaron a actuar con regularidad y normalidad en Madrid y otros lugares del Estado, propiciándose así en toda España la difusión y e conocimiento de artistas que esos años ocuparían un lugar preeminente en la música española.







También era Catalunya, y en menor medida Euzkadi, el único territorio en el que existía una industria discográfica propia, sólida y estable, alrededor de la cual se agrupaban los respetivos movimiento de lo que entonces era “nueva canción”. La creación en 1975 de sello GONG, que dirigió Gonzalo García Pelayo y en el que no me voy a extender por la parte que me tocó, vino a significar la aparición de una industria grabadora que desde Madrid llegaba a toda España. En él (y posteriormente en Pauta, que dirigió José Manuel Caballero Bonald) tuvieron cabida un buen número de cantautores, veteranos o noveles, que hasta entonces no habían tenido posibilidades de grabar discos o los habían grabado en condiciones deficientes, procedieran de Madrid o Andalucia, Aragón o Galicia, Extremadura o Asturias, que compartieron catálogo con nuevos flamencos y rockeros o con los artistas chilenos y cubanos.






Para acabar, no se crea que, pese a las apariencias, las cosas fueron fáciles para este tipo de música en 1975. El régimen agonizaba y en su agonía dio sus últimos coletazos represivos, como el caimán que hacía tanto que se iba a ir que al final ya se marchaba, en un intento de evitar que la dictadura se fuera detrás de su fundador al Valle de los Caídos a descansar debajo de una losa de mármol. Y como no podía ser de otra manera sobre los cantantes críticos cayeron todo tipo de censuras y prohibiciones.













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