domingo, 14 de julio de 2013

HISTORIA DE TVE

Historias de la tele cuando la tele era una. 7 (1972)






El sábado 24 de abril de 1972, a las 23.30 h de la noche, tras la preceptiva charla religiosa de monseñor Guerra Campos, martillo de herejes y guardián de las esencias, las pantallas de los televisores españoles se vieron asaltadas por unas calabazas con chistera y bastón que bailaban al son de una musiquilla pegadiza.

Chicho Ibáñez Serrador, que había hecho temblar a los españoles con sus "Historias para no dormir", llegaba ahora dispuesto a divertirles. Ya lo había conseguido cuatro años antes con "Historias de la frivolidad", de la que descendía directamente el nuevo "Un, dos, tres, responda otra vez" que aquella noche se estrenaba, sólo que ahora no se trataba ya de una comedia satírica musical, sino de un concurso. El padre de todos los concursos.

Desde el nacimiento de la televisión comercial, el concurso había sido el género por excelencia del nuevo medio, y hasta la aparición del “Un, dos. tres...” de Chicho se habían circunscrito a tres modelos bien definidos, Estaban, en primer lugar los concursos de preguntas y respuestas. Los había también en los que los participantes debían superar pruebas físicas. Y por último, estaban aquéllos en los que el factor esencial del triunfo era el azar. Ibáñez Serrador pensó que si se quería dar un paso adelante, y él siempre ha querido avanzar en cada uno de sus proyectos televisivos, podía no estar mal reunir los tres formatos en uno solo y transformar esa fórmula sincrética en un espectáculo total.

Nadie al comienzo, sin embargo, estaba seguro de que el nuevo concurso fuera a gustar al público, hasta tal punto, que el nombre del creador no apareció en las quince primeras emisiones de 1972. Contradiciendo ese temor, los telespectadores lo acogieron con mimo en sus casas desde el primer día. "Un, dos, tres, responda otra vez", se convirtió en todo un éxito, que Ibáñez Serrador iría perfeccionando en las siguientes entregas hasta convertirlo en el concurso más representativo y exitoso de la historia de la televisión en España, modelo y ejemplo –pocas veces alcanzado-- de todos los concursos espectaculares que desde entonces han sido.

Pese a lo brillante de la idea inicial de juntar en una sola las diversas formas de concurso televisivo, esa sola virtud no hubiera bastado para explicar la relevancia del "Un, dos, tres…". La demostrada creatividad de Ibáñez Serrador fue mucho más lejos de inventar una simple fórmula ingeniosa, aportando soluciones técnicas y artísticas al concurso hasta convertirlo en algo más que una disputa por el premio final. Chicho desplegó todas las habilidades aprendidas en lo que ya comenzaba a ser una larga carrera televisiva, teatral e incluso cinematográfica, y lo que comenzó en concurso, se convirtió pronto en un espectáculo global con intriga, música, canciones y humoristas. Su estructura, que marcaban los tres distintos tipos de pruebas, reproducía las fases de planteamiento, nudo y desenlace de las obras dramáticas, a las que su creador insufló su acreditada capacidad para crear y mantener el suspense y su perspicacia a la hora de conocer los gustos del público y conseguir su adhesión.

Un papel esencial en esa identificación popular lo jugaron los personajes que Ibáñez Serrador creó para sustentar la mecánica básica del concurso, organizados en un imaginario triángulo en cuyos vértices estaban Don Cicuta y sus malvados y silenciosos cómplices, la media docena de sonrientes y bellas azafatas, y el presentador; ambiguo mediador en el enfrentamiento declarado entre las otras dos partes. Si Don Cicuta era la negatividad pura, siempre intentando hundirá los concursantes, las azafatas aparecían, en cambio, como encarnación de lo positivo, angélicos seres que ofrecían el cielo en bandeja. Pero por debajo de esa primera apreciación, Chicho, dado siempre a colocar segundos significados en sus obras, también les hizo representar a estos personajes los dos polos de la España de la época: la negra, miserable, malhumorada y agresiva en trance de desaparecer pero todavía gritona, y la del futuro: alegre, hermosa, despreocupada y soñadora.

El acierto de los personajes se completó con la elección de sus intérpretes. Para encarnar la España agonizante de don Cicuta escogió a Valentín Tornos, excelente y veterano actor de setenta y un años que había debutado en el teatro en 1920 y desde entonces había representado miles de tipos en toda clase de obras. Con Don Cicuta encontró el personaje de su vida, que le permitió acceder a una popularidad de la que nunca antes había gozado y le facilitó permanecer en la memoria colectiva del país. Curiosamente, Tornos, que supo recrear con ironía e inteligencia la España más negra, era un hombre progresista que colaboraba económicamente con las organizaciones clandestinas antifranquistas que existían en TVE. Finalizada en 1973 la primera etapa del concurso, el actor enfermó, y ya no pudo participar en la segunda parte de 1976, en cuyo mes de septiembre falleció. En entregas sucesivas jugaron el mismo papel personajes igualmente siniestros, interpretados, entre otros, por las hermanas Hurtado, Juan Tamariz o Francisco Cecilio.

La nueva España que Ibáñez Serrador mostraba en "Un, dos, tres..." a través de las azafatas era la de la apertura a Europa, la de  las ventas a plazos, la del primer coche, y especialmente, la del descubrimiento de horizontes más libres y, sobre todo, más alegres. Por eso, para dar vida a la desinhibida España del futuro seleccionó un selecto grupo bellas señoritas, en buena medida aspirantes a actrices, objetivo que muchas de ellas consiguieron luego con dignidad, que aparecían en la pantalla siempre sonrientes, inmaculadamente bellas, con unas enormes gafas (un fetiche del creador), que centraban la atención del espectador en sus caras, a las  que aportaban inocencia y picardía, y unas atrevidas minifaldas, que conducían a sus piernas las miradas de los televidentes. Juntas o por separado daban una imagen del futuro que ningún españolito sin graduación podía resistir

Y en medio Kiko Ledgard, el presentador; todo un personaje en sí mismo, Un hallazgo. Peruano de cincuenta y tres años, cinco hermanos y once hijos, versado en todo tipo de experiencias en la industria televisiva y del espectáculo, había llegado a España hacía un año dispuesto a comerse el mundo."Un, dos tres…" supuso un buen bocado. Si Don Cicuta representaba el pasado y las azafatas el futuro, Kiko bien podía ser el presente. En el programa mediaba entre el dios tronante de las alturas que era Chicho y sus órdenes por la megafonía y los concursantes, con los que se podía confiar y que podían confiar en él, pero a los que también enredaba, confundía y manipulaba. Era alegre, engañoso y parlanchín como un vendedor de feria, imagen a la que contribuía su afición a llenar sus antebrazos con los más variados relojes. Estuvo al frente del concurso hasta 1978, y luego le fueron sustituyendo, siempre con eficacia, pero ya sin su aroma de autenticidad primigenia, Mayra Gómez Kemp, Jordi Estadella, Miriam Díaz-Aroca, José María Bachs y Luis Roderas.

Ibáñez Serrador, heredero de ese profundo respeto a la cultura que caracterizó al exilio republicano, en el que nació y se educó, siempre fue partidario del principio de "enseñar entreteniendo", y lo aplicó en su concurso, incluyendo sistemáticamente referencias artísticas, literarias, musicales o cinematográficas con las que intentaba dejar en el espectador, entre risa, musiquilla y premio, un poso de pensamiento. Especialmente significativa de este empeño culturalista fue la última etapa del programa (la décima, ya en 2004), titulada "Un, dos, tres... a leer esta vez", en la que cada entrega estaba dedicada a un libro clásico de aventuras y los super-tacañones se habían convertido en una réplica de los bomberos de Bradbury, que en lugar de salvar libros de las llamas, los incendiaban.

"Un, dos, tres, responda otra vez" marcó historia. En diez etapas, que sumaron un total de 411 programas, se emitió hasta 2004, alcanzando el récord de audiencia de toda la historia de la televisión en España con veinticinco millones de espectadores, bien es cierto que tan sólo dos con dos cadenas en el aire. Un éxito remarcado con las versiones que se realizaron en Gran Bretaña y otros países de todo el mundo. El relativo fracaso de esta última edición de 2004 significó el final de los grandes concursos televisivos en España, el declive de una forma de entender la televisión, según la cual cada entrega de un programa debía ser el resultado de la acumulación de muchas ideas diferentes, de muchos días de trabajo, de mucho talento en cada detalle. A cambio, nos dieron espacios de una sola idea, habitualmente insignificante y copiada, que se repite cada día hasta la saciedad. Son productos más baratos. Se digieren bien. ¿Para qué nos vamos a romper la cabeza?




A TODO COLOR

En 1972 el consejo de ministros tomó el acuerdo de que para posibilitar la nueva televisión en color, que ya se emitía en todo el mundo, en España se iba a utilizar el sistema alemán PAL, que había mantenido una dura batalla comercial con el francés SECAM durante los años anteriores. La decisión no dejaba de ser, de momento, un acto voluntarista, cuyos efectos sólo se comprobarían con el paso del tiempo, porque la carencia de la infraestructura técnica de cámaras y magnetoscopios necesaria para las grabaciones en color hizo que durante años los españoles siguieran viendo la televisión en blanco y negro, aunque en las emisiones mezclaran ya uno y otro formato.

Aunque el desarrollismo y el consumismo estaban ya instalados en el país, el español medio aún apuraba el periodo de vida de los aparatos domésticos, la televisión entre ellos, hasta que se caían de viejos, y no estaban dispuestos a gastarse los cuartos, aunque fuera a plazos, por un colorín de más o de menos en la pequeña pantalla.

Las primeras pruebas del nuevo sistema ya se habían hecho en 1969, cuando el Festival de Eurovisión, que se celebró en Madrid, que se ofreció en color a todo el mundo aunque en España se emitiera, y luego se conservara grabado, únicamente en blanco y negro. El invento, sin embargo, tardó en cuajar, pese a la decisión ministerial, y no fue hasta 1975 cuando comenzó a generalizarse y se extendió a una mayoría de la población.







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