martes, 9 de julio de 2013

Carlos Cano por los caminos de la copla.







Resulta curioso cómo en la segunda mitad de los años 80, durante mi etapa de colaborar en el país, fui testigo tanto de la crisis de la canción de autor, que a tantos arrastró o al menos zarandeó, como del asalto a los cielos de alguno de ellos. Fue el caso de Carlos Cano, que también por esos años efectuó su acercamiento definitivo a la copla como género expresivo. Tuve la ocasión de contarlo en algunos artículos que reproduzco.





Carlos Cano, la copla y el canto

Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, 16 y 17 de marzo.

EL PAÍS. 18 MAR 1984

Como cerrando un círculo vital y artístico, Carlos Cano se presentó en el colegio mayor San Juan Evangelista, local en el que dio su primer recital madrileño, hace casi 10 años, y que sigue empeñado en demostrar, con justeza, que la música es sólo buena o mala, al margen de estilos o modas más o menos coyunturales. La actuación fue básicamente un recorrido por toda su producción de canciones, estructurado con justo equilibrio entre sus dos preocupaciones estéticas fundamentales. Hay en la obra de Carlos Cano dos líneas de trabajo que están presentes ya en su primer disco (A duras penas), y que tienen su más perfecta expresión en sus trabajos A la luz de los cantares y Crónicas granadinas. Por una parte, un intento de recuperar las raíces de la tonadilla andaluza, reivindicando un tipo de música no por denostada menos valiosa, camino en el que el cantante granadino ha conseguido demostrar que es inimitable por la frescura, la vitalidad y la gracia de temas como El Salustiano, La murga de los currelantes o La rumba del Pai Pai, entre otras. Por distinto camino, Carlos Cano ha investigado en las raíces arábigo-andaluzas de la música de su tierra, en su sensibilidad, en su finura estilística, aunque a veces en este terreno sus canciones se internen por vías más conceptuales, menos directas, con irregular resultado.

En este recital mezcló ambas corrientes, logrando una muestra equilibrada, fresca y profunda a un tiempo de su trabajo. A partir de un magnífico comienzo con Viva la gracia, un tema de su primer disco que tocó a dos guitarras, para incorporar luego al resto del grupo interpretando temas clásicos y modernos de su repertorio, desde Verde, blanca y verde, una canción que podría haberse convertido en himno de Andalucía si el formalismo no siguiera primando en las instituciones autonómicas, hasta el Tango de las madres locas, en el que plantea el drama de los desaparecidos argentinos, que ha grabado en su reciente y último álbum.

Han pasado casi 15 años desde que Carlos Cano inició, con Antonio Mata, Enrique Moratalla, el poeta Juan de Loxa y otros, la aventura del Manifiesto Canción del Sur, movimiento que intentó la creación de una canción andaluza que huyera del tópico y el lugar común.

La mayoría de aquellos cantantes ya han desaparecido como tales, comidos por las dificultades, el olvido y el tiempo. De todas maneras, el que Carlos Cano siga profundizando en aquellas raíces y luchando por dar una madurez cada vez mayor a sus composiciones es la prueba palpable de que el esfuerzo no fue en vano. Estos recitales del San Juan Evangelista han venido a corroborarlo.




EL PAÍS. 1986

E1 interés por la copla y la tonadilla está presente en la obra de Carlos Cano desde el principio, desde las ya lejanas Verde y blanca o La miseria de su primer disco (1976). Con el tiempo, ese interés se ha ampliado y estilizado. A través del olvido, su reciente trabajo discográfico, igual que el anterior, Cuaderno de coplas, es un buen ejemplo de esa profundizaron en la copla y su estética que plantea el cantautor granadino.

Hasta ahora, las canciones en las que Carlos Cano incursionaba por los caminos de la tonadilla y similares parecían reservadas a la temática cívica, con un fuerte acento satírico y crítico. Desde los homenajes a Emilio el Moro y, sobre todo, a Rafael de León que se incluían en su anterior disco quedaba abierto el camino para estas canciones de ahora, de tono amoroso, en las que la copla no es sólo la tradición reivindicada del Bizco Amate y otros cantores populares, sepultados por el estereotipo coplero exhibido desde los escenarios en tiempos de dictadura, sino la recuperación de un lenguaje artístico integral. Lenguaje que si se quiere recuperar dignamente es preciso renovar, tarea en la que anda metido con brillantez Carlos Cano, bien lejos de los estériles mimetismos de quienes se declaran artistas continuadores de copleros y tonadilleras.

Gualberto García, nombre mítico de los orígenes del rock español y músico de sólida formación e inspiración probada, es el arreglista que Carlos Cano ha estado buscando durante años y que al fin ha encontrado.






 EL PAÍS. 6 DICIEMBRE 1986

Hacía tres años que Carlos Cano no actuaba en un teatro madrileño, y salió a escena con ganas de dejar bien sentado cuál es su puesto. El cantautor demostró un dominio sobre el escenario que ha ido afirmando en estos últimos años, tocó con un grupo de músicos sólidos, especialmente el guitarrista Gaspar Payá y el pianista Horacio Icasto, pasó lista a Gerald Brennan y Emilio el Moro, a Ocaña y Pericón de Cádiz, al amor y a la emigración, a Felipe y la OTAN. La aparición del Coro del Callejón de los Negros, completa antología de los mejores Al Jolson granadinos, añadió un toque de color que tiene más de homenaje que de necesidad musical.

El desafío normal que se plantea hoy día a un cantante es cómo rodear sus canciones de los aditamentos necesarios para que sean éxitos.

Hay todavía otro desafío que, aunque abunde poco, se da todavía entre ciertos músicos y cantantes: el de buscar un lenguaje musical propio con que expresar su personal mundo de vivencias. Carlos Cano se ha planteado este último desafío, que tampoco excluye al primero, y los resultados saltan a la vista claramente.

Carlos Cano es un cantautor hondo que, curiosamente, se vuelve más hondo cuanto más utiliza las formas musicales supuestamente fáciles y tópicas de la copla. Durante años su obra ha venido balanceándose entre dos opciones estéticas: la asunción y revitalización de la copla y una labor de cantautor más al uso. Con el tiempo ha decantado su estilo hacia la copla como síntesis de todo su trabajo anterior.

La copla -género tan excelso como infame, como todos, según quién y cuándo lo haya practicado- no es para Carlos Cano un modelo a imitar, es un mundo en el que sumergirse para escribir canciones con las que cuenta lo que le pasa y lo que ve pasar a su alrededor. Son las suyas coplas-crónica y coplas-crítica, coplas líricas y satíricas, tiernas y punzantes, pegadizas y hondas. Coplas, naturalmente, heterodoxas, porque si el plagio no es permisible si no va precedido del asesinato, la práctica de un arte de género no debería permitirse si no se rompe el género en mil pedazos.

Y lo que resulta verdad es que, si bien en este viaje iniciático por las venas de la copla a que se ha lanzado Carlos Cano quedan todavía kilómetros que recorrer, muchos para que los recorra un artista solo, el trabajo realizado por el cantautor granadino debería implicar al menos que ya no quedara sitio para coplas tópicas y vulgares, tonadilleras estereotipadas y cupletistas de luna y toro.








EL PAÍS. 28 SEPTIEMBRE 1987

Hasta 1985 (fecha de edición de su álbum Cuaderno de coplas), la obra de Carlos Cano se había debatido entre dos polos bien diferenciados. Por un lado, la reivindicación de las formas populares de la copla andaluza como material artístico, al que dio fuerte contenido de crítica social; por otro lado, el trabajo sobre formas cultas, normalmente de carácter más lírico, con fuertes influencias de la canción de autor europea y de las raíces musicales arábigo-andaluzas. A partir de esa fecha, el cantautor granadino se ha volcado apasionadamente hacia la copla, en una acertada síntesis de sus preocupaciones anteriores. A través del olvido (1986) y el reciente Quédate con la copla completan la trilogía en la que Carlos Cano ha profundizado y decantado su personal manera de sentir y expresar la copla andaluza, discos a los que perteneció la abrumadora mayoría de las canciones que interpretó en el recital.

Las composiciones recientes de Carlos Cano han dejado a un lado su inmediato carácter testimonial o reivindicativo, se han hecho más personales e intimistas, han perdido hierro y ganado intensidad. Liberado de la no escrita exigencia de que el contenido lírico justificara la forma musical utilizada -la copla, considerada hasta hace bien poco como algo chabacano, insustancial y franquista-, Carlos Cano ha encontrado también el vehículo musical idóneo para expresar su indudable capacidad lírica. Sus nuevas coplas aúnan con justeza lo culto y lo popular, las frecuentes citas y dedicatorias y la rica imaginería poética con la métrica y los ritmos de la murga, el pasodoble o la habanera. Son canciones de un fuerte poder evocador, por las que pasan las calles, los campos, las sensaciones y los mitos de la infancia para componer un mundo expresivo, actual y vivo. Tiene Carlos Cano una excelente voz que sabe quebrarse en el giro popular, y sólo un cierto descoloque en el escenario, con gestos y arranques que no se sabe muy bien si son desmarques de la situación o cierta timidez ante un tipo comunicación más populista que el habitual en él, cargaron de una cierta ambigüedad teatral su puesta en escena.

Carlos Cano ha iniciado con estos recitales una evidente toma del palacio de invierno del éxito. La profusión de invitados y famosos, el local elegido y el repertorio interpretado así parecen indicarlo.






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