jueves, 30 de mayo de 2013

Raphael. Crítica y réplica de Emilio Romero (1984)






Prueba de cargo nº 1. 
Con el agravante eurovisivo



La verdad es que nunca he tenido yo buena suerte con las cosas que he escrito o dicho sobre Raphael, una estrella indudable e inoxidable de la canción española que, sin embargo, a mí me parece la antítesis de lo que considero que debe ser el cantante y la canción popular. Una antítesis, además, sin posibilidad de síntesis. Una consideración que, cuando la he expresado, me ha valido réplicas, contestaciones e, incluso, una lejana amenaza de castración, tal como suena.

Debo decir, no obstante, que mi desacuerdo con el ídolo de ídolos no es nada personal, son sólo negocios, diferencias irreconciliables de criterios. No le conozco personalmente, pero pienso que tienen razón quienes sí le han tratado y aseguran que es una buena persona, considerando siempre, claro, los efectos colaterales del divismo que sin duda deben afectarle. Tampoco me molesta específicamente su trabajo, ni el que haya tenido éxito ni el que cuente todavía con una legión de seguidores, que disfrutan con él y que quizás subliman sus tristezas cotidianas a través de la adoración al ídolo, a lo que tienen todo el derecho, sea el becerro de oro o de barro. No. Hay otros cantantes que no me gustan, que tienen éxitos y a los que los fans les quitan los calzoncillos o las bragas a poco que se dejen y que no me provocan mayor preocupación. Todas las músicas son posibles y Georgie Dan o Tony Ronald (por seguir con coetáneos del protagonista) han satisfecho con toda dignidad las necesidades de evasión y juerga de generaciones de españoles, que gracias a ellos han bailado, bebido, ligado y gamberreado a lo largo de todas ferias, verbenas y festejos de la geografía patria. Lo que me molesta es que intenten dar gato por liebre.

No me molestan pues Raphael ni su trabajo, me molestan sus exégetas, que desde el comienzo le convirtieron sin pudor en una especie de epitome del arte musical. Y son precisamente los valores que ellos destacan los que no comparto, los que en lugar de valores me parecen deméritos. Sus modulaciones vocales, tan alabadas, me parecen simple impostura e impostación. Su presencia escénica, de la que tan destacado es el dramatismo, me parece simple sobreactuación. La profundidad y sensibilidad de sus textos, que tanto emocionan a sus voceros, me parecen, lo siento, simples tópicos y lugares comunes superficiales. No es de extrañar, pues, que sus defensores, fueran sencillas fans o inductores intelectuales, se lo hayan tomado a mal cuando lo he comentado.

En 1973, al tiempo que colaboraba intensamente con la Frecuencia Modulada de Radio Popular de Madrid, la primera y mejor experiencia radiofónica que he vivido, realizaba también, junto a Manuel Lombao, un programa en la Onda Media de la misma emisora, cuyo nombre de “Spahish Show” se completaba con la consigna de “coger el toro de la música española por los cuernos”. Fue una disparatada y divertida experiencia en la que con la inconsciencia de la juventud utilizaba la pronuncia “Rapael” del nombre de “Raphael”. Tal iconoclastia mereció la indignación del Club de Fans madrileño del cantante, que me remitió una carta colectiva con una docena de firmas o más en la que tras algún insulto que no recuerdo concluían con la amenaza de cortarme “las pelotas”. O acaso fueran los huevos, que a tanta precisión no alcanza mi memoria. Fuera lo que fuera, durante semanas llevé una coquilla de titanio pero nunca se personaron en la emisora ni en mi caso. Se conoce que como debían ser de derechas no eran partidarias de los escraches.

10 años después, ya en el PAÍS, decidí que tras muchas reseñas de recitales me apetecía intentar escrudiñar en las claves del éxito, en las formas, temas y actitudes del artista que hacían que un número significativo de personas se identificaran con él con la intensidad necesaria como para establecerse entre artista y público una relación de adorador y adorado. Desde ese punto de vista publiqué algunos comentarios sobre Sabina, Serrat y Víctor Manuel y Ana Belén, que recuerde ahora, y que algún día colgaré por aquí aquí. También adopté ese enfoque cuando me tocó enfrentarme en abril de 1984 con un recital benéfico de Raphael en el Teatro Lope de Vega de Madrid a favor de alguna fundación presidida por Sofía de Grecia, que asistió al acto acompañada por su marido, Juan Carlos Borbón. Criterio que volví a utilizar en 1985, en una actuación del cantante en un Estadio Bernabeu lleno hasta la bandera, lo que constituía sin duda lo más interesante de la reunión.

La verdad es que la primera vez si llego a saber la cola que traería el textito igual me calló. O no, porque me parece muy bien lo que ocurrió. Uno de define tanto por sus amigos como por sus enemigos.

Al día siguiente, en su columna habitual en el diario Ya, EmilioRomero me dedicó una vitriólica columna en la que también arremetía, para honra mía, contra Marcelino Camacho, uniéndonos en la categoría de rojos “totalitarios”. Dos días más tarde, esta vez en ABC, un colaborador habitual que firmaba con el modesto seudónimo de Ovidio (del que pese a estas moderneces de internet no he conseguido saber el nombre real, que lo debía tener) también se ocupó del tema.

Aunque no pretenda ser una defensa, sino una consideración, me llama la atención que ambos replicantes basen su cabreo en el supuesto carácter “ideológico” de mis palabras. Por supuesto que la ideología es un componente necesario, e inevitable, de toda crítica, ¿cómo se puede criticar nada sin partir de un cierto sistema estructurado de ideas?, y sin duda mi escrito la tiene. Incluso me gustaría que por debajo de las palabras asomaran argumentos, que aunque creo que son estrictamente musicales y artísticos, denotaran también una cierta concepción general, ideológica, de lo que pienso que es, o debe ser, el arte, el artista y su papel en la sociedad. Lo que sí aseguro es que en mi valoración del trabajo de un artista no he utilizado nunca, al menos conscientemente, prejuicios políticos. Dado que entre los textos que reproduzco (que excepto el último, del que no poseo copia en papel, están escaneados, que siempre que se lean bien creo que le da a los viejos papeles un mejor olor a polvo viejo acumulado) he introducido algunas pruebas de cargo en forma de ilustraciones musicales, me permitiré poner aquí como descargo mío a la acusación de sectarismo político los textos que he publicado ya sobre artistas tan en mis antípodas políticas como Lina Morgan, Alfredo Landa o Tomásde Antequera.





EL PAÍS. 26 ABRIL 1984:


                                        Prueba de cargo. Ojo a la naturalidad 
y espontaneidad de la presentación. 
Con la atenuante de la falta del coro de voces blancas,
porque cuando cuenta con él 
la petición de pena sube un grado


 YA. 27 ABRIL 1984


ABC. 29 ABRIL 1984




Con agravante de herejía y eximente de vergüenza ajena.



El Único taco de Raphael
Estadio Santiago Bernalbéu. Madrid, 22 de junio.

EL PAÍS, 24 JUNIO 1985

Eran las 22.10 cuando Raphael salió al escenario entre el entusiasmo de 70.000 espectadores. Unos cientos de personas, representantes de los clubes de admiradores, llegadas desde toda España con banderas de todo el mundo. A las 0.25 terminaba su agotador recital y el público se marchaba en paz y concordia. Dos horas y cuarto de canciones. Un recital que como tal no fue otra cosa que una actuación más del cantante, con la única diferencia de que, con la distancia a que obliga un recinto tan grande, las principales claves comunicativas de Raphael: la exhibición vocal, la suave procacidad y la ambigüedad gestual, no pudieron ser degustadas con suficiente claridad.

El interés del acto estuvo, pues, más que en la propia actuación, en seguir el espectáculo que en sí forman las relaciones del cantante con su público. Un público de muy diversa edad y no tan diversa condición, entregado y entusiasta, que aplaudió hasta romperse las manos, sonrió cómplice ante el único taco del cantante y le siguió por los vericuetos elementales de su mensaje en una ceremonia de identificación e idealización.

Alrededor de tres temas construye Raphael su mensaje: amores apasionados que estrangulan el resuello con la punta de masoquismo que asoma por la carne viva del corazón, amores por encima del tiempo y la realidad que subliman a la perfección la vulgar cotidianeidad de los amores de todos los días; un cierto sentido del españolismo y de la hispanidad considerado como un magma protector de ambiguas esencias colectivas, y en tercer lugar, una idealización del artista, "eterno solitario / en mitad del escenario", inaccesible para el gran público en sus grandezas y miserias, pero cargado de sabiduría y experiencia.

Con agravante de modernidad, alevosía y contactos con banda organizada.




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