miércoles, 22 de mayo de 2013


Oskorri. Tradición y modernidad.








En los años ochenta se vivió en España un cierto auge de los grupos de lo que se llamó algo así como folklore evolucionado. Grupos como Oskorri, Milladoiro, Al Tall o El Nuevo Mester de Juglaría, entre otros muchos nuevos que fueron surgiendo, que actuaban por toda España con singular éxito en la gran cantidad de festivales, encuentros y certámenes especializados que florecían en aquella época por todas partes.
Tanto era así, que en el verano de 1984, cuando en EL PAÍS decidieron publicar una serie de pequeños reportajes sobre grupos musicales en gira, me encargaron que realizara uno a Oskorri, que ese año tenía en la agenda 60 recitales por toda España. Les acompañé en uno de sus viajes, que tuvo mucho de recorrido gastronómico, y el resultado es lo que transcribo a continuación. También incluyo un par de reseñas de recitales dejan clara mi opinión sobre el grupo vasco, un paradigma de tradición y modernidad.  






Oskorri, los galos

Un grupo vasco que hace giras por toda España

EL PAÍS. 25 AGOSTO 1987

El taxista que conduce al cronista a la estación de Madrid, donde deberá tomar un tren a Vigo, muestra su agrado por la música de Oskorri. Caso raro, pues no es éste un grupo que suene con asiduidad en la radio ni aparezca regularmente en la televisión como para tener tal popularidad. Con 15 años de carrera a sus espaldas, cantar en euskera y hacer una música que se sale de lo convencional y rompe todas las barreras estilísticas ha sido una desventaja para su difusión mayoritaria, aunque en los tres últimos años sus actuaciones tengan lugar con frecuencia fuera del País Vasco, donde habían trabajado casi con exclusividad hasta entonces. Más de 60 actuaciones en toda España tendrán anotadas en su agenda cuando terminen este año una gira que no conoce inviernos ni veranos.
El auditorio del parque de Castrelos, en Vigo -ciudad incluida por Oskorri en su gira, este verano-, cuenta con una zona de pago cercana al escenario y una amplia grada a la que se puede acceder de manera gratuita. Quizá como resultado de ello las sillas muestran grandes claros de público mientras que una gran cantidad de jóvenes, alrededor de 3.000, llenan las gradas del fondo. Natxo de Felipe, con un estilo que mezcla la ironía, el cariño y el distanciamiento, invita a bailar a un público que no ve y al que escucha aplaudir en la lejanía.
En medio de la canción, el encargado del foco ilumina las gradas: un grupo de jóvenes vascos que ha ido de excursión a Vigo y que está entre el público ha puesto a bailar a todo el mundo. Es como un recital entre paréntesis. Entre el calor del escenario y las gradas se encierra el frío del vacío de las filas de pago.
Han cantado en euskera, pero, naturalmente, han hecho las presentaciones en castellano, ya que, como explica Natxo, no han podido aprender más que algunas pocas palabras en gallego. Una de ellas es graciñas, que el público agradece con entusiasmo cada vez que la pronuncia.
Cuando termina la actuación, Natxo y Joserra comentan con el organizador del festival el asunto del idioma: "Alguna vez nos hemos encontrado con el clásico grito de que cantemos en cristiano, pero la verdad es que es bastante raro y normalmente no hay ningún problema; la gente no muestra ninguna extrañeza", concluyen, mientras recogen los instrumentos o le dan buenos tientos a una bota que acaban de regalar a Antón, quien posee la sonrisa más contagiosa de la música española, según una espectadora que asegura haberlos visto varias veces.
Llegaron a Vigo el día anterior, aprovechando para celebrarse convenientemente en un restaurante que recomienda la guía Michelin. Oskorri viaja normalmente por carretera, en dos o tres coches cuando hay que transportar tan sólo los instrumentos y en una furgoneta cuando son ellos quienes ponen el equipo de sonido. La guía Michelin es una especie de biblia personal que Natxo lee en voz alta cuando les llega la hora de comer en carretera y el hambre hace mella en los viajeros. Al día siguiente, de vuelta hacia Bilbao, también es consultada para elegir parada y fonda.
Días después, en un pueblo de La Rioja alavesa que cuenta con un millar de habitantes en invierno y los multiplica por 10 cuando se llena de veraneantes de Bilbao o San Sebastián, el ambiente es bien distinto. Los miembros del grupo descargan el pesado material con una solidaridad que no excluye las quejas sobre tan triste destino del artista. Unos niños juegan al frontón, mientras ellos ponen en pie las torres de luces y unas cuantas jovencitas toman sitio con horas de antelación.
Cuando comienza la actuación el local está lleno a rebosar. Un público de ocho a 80 años ocupa las gradas y se amontona en la puerta. Durante más de dos horas sus canciones son coreadas por la gente, aunque en las más lentas se escuchen las voces y los juegos de los más pequeños.
Al final, cuando una multitud de jóvenes, especialmente chicas, se acercan a ellos para pedirles autógrafos, Fran, que está guardando el violín, habla en euskera con una niña de no más de ocho años: "Yo tengo una cinta vuestra que me gusta mucho". "¿Qué canción te gusta más?". "Aita semeak", contesta la niña, la misma que antes cantaba entre el público a voz en grito al tiempo que el grupo la interpretaba en el escenario.
Ya han terminado de recoger el equipo. Mientras algunos toman una copa en un bar cercano, Natxo, Antón, José y Txarli juegan una partida en el frontón. Cuando acaban están sudorosos y fatigados. Toman los coches y vuelven de nuevo a casa. Como los galos de Astérix, a Oskorri les gusta la guasa, comer y beber bien, son protestones, indisciplinados y pendencieros, pero quieren a los amigos y sólo le temen a que el cielo se caiga sobre sus cabezas.
Natxo de Felipe, 37 años (composición, voz, guitarra, percusión, acordeón); Antón Latxa, 36 años; composición, voz, guitarra); Bixente Martínez, 33 años (composición, guitarra, mandolina); Fran Lasuén, 28 años (composición, voz, violín, txalaparta), Joserra Fernández, 27 años (flautas, alboka, txirula, armónica, pandereta, txalaparta); Txarli de Pablo, 27 años (baje); José Urrejola, 22 años (saxo, flauta); Jean Phocas, 39 años (sonido), y Kepa Junkera, 22 años (trikitritxa).





La magia del cantar

Jornadas de música popular del País. Vasco Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, 17 de noviembre.

EL PAÍS. 19 NOVIEMBRE 1984

Grupos como Oskorri, y recitales como el que este grupo vasco ha dado en Madrid, o como los que he tenido ocasión de verles durante el último año en diversos lugares, le devuelven a uno el placer de la crítica musical. Y no tanto por la perfección técnica, que normalmente es impecable, aunque en esta ocasión adoleciera de una mínima inseguridad, debida a la integración de un nuevo músico que tocaba por primera vez con ellos, sino por esa magia especial de la música viva y en comunicación irrefrenable con el público. De todas formas, la incorporación de Santi Ibarreche es positiva, pues introduce con su saxo y su flauta un cierto toque de resonancias jazzísticas que enriquece el sonido habitual del grupo. Fue un recital espléndido, un derroche de alegría y profundidad, como corresponde a un conjunto en plena madurez, que se encuentra entre los mejores de Europa, dentro de una línea maestra que va desde Fairport Convention o Steeleye Spann hasta Malicome o Gwendal.

Si una canción es como un edificio, en la que cada elemento -armonía, ritmo, timbre, melodía, estructura, arreglos e interpretación-, debe ocupar su sitio exacto, manteniendo las tensiones necesarias y soportando los pesos precisos para que el resultado final sea sólido, resistente y bello; un recital es como una urbanización, en la que el equilibrio y la distribución de las casas es fundamental para disfrutarlo en plenitud.

Pues bien, las canciones y los recitales de Oskorri son así. La combinación de ritmos, cadencias, sonidos y temas compone un friso rico y variado, una urbanización musical en perfecto estado de habitabilidad, aderezado por las zonas verdes y de esparcimiento que aporta la campechanía documentada y coloquial, no exenta de tonos ácidos, de las presentaciones de Natxo de Felipe, cantante multi instrumentista y compositor principal del grupo.

Todos los integrantes de Oskorri son músicos altamente competentes, contribuyendo a esa fascinación que rezuma el continuo juego contrapuntístico de algunos instrumentos, las armonizaciones vocales e instrumentales modernas de las melodías tradicionales o propias, la mezcla de instrumentos tan dispares como los tradicionales: alboka, txirula, acordeón, triki trika, txalaparta o mandolina, con percusiones indias y africanas que suenan junto a los más modernos: guitarras acústicas, flauta, saxo, violín electrificado, bajo y guitarra eléctricos. Todo ello redunda en un sonido rico, de sugerente fuerza, expresividad y matizaciones. Una cosa así no puede ser fruto de la improvisación o la espontaneidad, sino resultado del talento desarrollado a lo largo de muchos años de trabajo y ocho discos editados, de los que cada uno es mejor que el anterior. Oskorri ha comenzado a actuar por toda España y Europa. Evidentemente, es un grupo cuya calidad exige ampliar el ámbito de su actividad a nuevas geografías y nuevos públicos.




Conocer el pasado, construir el presente

Oskorri. Natxo de Felipe (percusión, guitarra acústica, acordeón y voz), Antón Latxa (guitarra acústica y voz), Fran Lasuén (violín, txalaparta y voz), Bixente Martínez (guitarra eléctrica, mandolina y txalaparta), José Ramón Fernandez (alboka, xirula, flauta y armónica), Txarli dé Pablo (bajo eléctrico), José Urrejola (saxo y flauta), con Kepa Junkera (trietrixa). Duración: 110 minutos. Teatro Victoria Eugenia. San Sebastián, 2 de enero

EL PAÍS. 5 ENERO 1987


El grupo Oskorri va a cumplir 15 años. En marzo celebrarán el acontecimiento con un magno recital en Bilbao en el que se reunirán todos los antiguos miembros del grupo. De momento están presentando en una serie de actuaciones su última grabación, el disco titulado In Fraganti, que interpretaron casi totalmente en este recital junto a otros temas pertenecientes a épocas anteriores, remontándose hasta su primer disco al cantar alguna de las musicalizaciones que entonces hicieron sobre poemas de Gabriel Aresti.
Excepto en los bises, no repitieron ni uno solo de los temas que han configurado su repertorio en los últimos tres años. Un repertorio que han cantado básicamente en recitales al aire libre, y en el que daban cabida fundamentalmente a sus canciones más rítmicas, más bailables, entre las que intercalaban con inteligencia alguna de sus hermosas baladas. Para esta ocasión, en que los recitales están teniendo lugar en teatros -lo que establece una relación con un público completamente diferente-, han elegido un repertorio mucho más tranquilo, con canciones de tiempo medio y una estructuración lineal, dramática y continua, que sólo se rompe para entonarse rápidamente en la última media hora de actuación.
Estuvieron presentes, naturalmente, los mejores temas de su reciente disco: el impresionante Martin Galox, el lamento de una viuda gitana de 1930 por la muerte de su marido, al que ha puesto una música de hondo dramatismo Natxo de Felipe; Hau da debilidade; Biofin musikaz, de Bixente Martínez, o Ostatuko neskatzaren, de Antón Latxa, entre otras.
Una propuesta de recital sin concesiones, sin fáciles enganches con el público a partir de temas conocidos, exigiendo y obteniendo una atención cada vez más ausente de los recitales de canción popular, pero totalmente necesaria para degustar las canciones sensibles y matizadas que presentaba el grupo.
La música de Oskorri se articula como un diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la contemporaneidad. La mezcla de instrumentos tradicionales y modernos, pertenecientes a muy diversas culturas, utilizados para interpretar temas de inequívocas resonancias vascas, sean éstos de origen tradicional o de creación propia; la inclusión de letras contemporáneas en melodías tradicionales y, a la inversa, melodías modernas para textos tradicionales; los arreglos con armonizaciones complejas que tan sólo aparecen como sencillas gracias al dominio que cada músico tiene de sus instrumentos; una base rítmica suavemente marcada, a veces insinuada, pero siempre firme y segura; un gusto por el matiz siempre presente, y un eclecticismo formal que desborda los límites del localismo, hacen de su música una de las propuestas estéticas más atrevidas y novedosas de la música popular española.
No es el suyo un simple intento de poner al día melodías más o menos tradiciones ni de recuperar esencias perdidas, sino de crear un lenguaje propio y original que, manteniéndose firmemente aferrado con una mano a las raíces del árbol de Guernika, suelte desde sus ramas atrevidas palomas musicales con la otra.
Un lenguaje que les sirva para expresar su visión de la vida y, por qué no, también de la realidad cotidiana de su país. El resultado son canciones de una riqueza tímbrica sorprendente, de textos debidos normalmente a poetas vascos que se adaptan perfectamente a las músicas que componen los miembros del grupo, y que narran, en una perfecta unión de fondo, forma e idioma, historias que también discurren entre esos dos polos de conocer el pasado y construir el presente.

Con Albert Pla


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