martes, 9 de abril de 2013


Ricardo Solfa. Certificado de nacimiento





Fue una auténtica gozada participar en aquella estupenda mixtificación del bolerista naonato que Jaume Sisa parió en Madrid a mediados de los años 80 de hace un siglo.
Por esa época, el transcantautor galáctico catalán, harto de ser catalán y galáctico, incluso trans y hasta cantautor, se había instalado en la capital del reino y nos encontramos después de varios años de no vernos, compartiendo noches y noches en el Elígeme. Por cierto, en esos años de muchos encuentros comprobé que Sisa, que como se sabe en aquellos años tenía un alto grado de miopía (ocular, que de otro tipo no tenía), hacía gala de un especialmente fina detección auditiva. Solía colocarse en la barra, cerca de la salida, y yo aprendí que si era muy tarde y no podía con una hora más de conversación debía abandonar el local en absoluto silencio. Porque veía mal, pero si decías una sola palabra inmediatamente te detectaba, te identificaba y había que compartir charla todavía un buen rato. No es nadie Sisa. Ahora que se ha curado los ojos habrá que pasar por debajo de las mesas. Callados.
Sea como sea, Sisa se inventó a Solfa y yo colaboré en la medida que pude en la difusión del nuevo bolerista y su leyenda. Escribía entonces en El País y dirigía, con Antonio Resines, un espacio de La2 de TVE, “La Buena Música/Más o menos nuestro”, una hora monográfica sobre un cantante o grupo en el que hicimos algunas cosas divertidas. Al menos para nosotros.
En ese papel, escribí el comentario (como veréis al leerlo no se le puede llamar crítica) de la presentación en el Elígeme de Solfa y publiqué una entrevista con él bolerista en el colorín del domingo en la que Sisa fue inventando casi sobre la marcha su falsa biografía en contestación a las preguntas que yo le hacía con mala leche, a ver si agotaba su imaginación, cosa que no conseguí.
Con todo aquello como base pasamos a dedicarle a Solfa uno de los espacios de la tele que se emitió en 1988. En él hicimos todo lo posible para que la mixtificación se convirtiera en realidad, en la medida en que la televisión confiere verdad a lo más fantasioso (como no dejamos de ver hoy en día). Tomando como base una actuación en directo, trucamos fotos para mostrar que el protagonista había cantado en la orquesta de un barco y que incluso había hecho la mili. También entrevistamos a viejos amigos y conocidos de Ricardo Solfa (recuerdo a Aute y a Ramón de España, que contaron con gesto impávido más mentiras que en toda su vida), y el propio Jaume Sisa hizo una aparición especial desde el asilo en el que estaba retirado contando a los espectadores, con barba de varios días, bata de fieltro y zapatillas a cuadros, que ese tal Solfa era un mentiroso, que iba contando por ahí que le había conocido durante una actuación de la Orquesta Platería, cosa que era totalmente incierta (¿totalmente incierta menos en algunas cosas?) y que él no recordaba nada.
Por desgracia no he encontrado ni la entrevista, ni por supuesto el programa (que no solía grabar), pero si ha aparecido el comentario de El País sobre la presentación, que reproduzco. Se publicó el 11 de diciembre de 1986, poco tiempo antes de que apareciera el primer disco de Ricardo Solfa, “Carta a la Novia”, y probablemente fuera el primer texto que se publicó sobre él. Algo así como su certificado de nacimiento.
Resultó divertido. Me salte tantas normas periodísticas sobre la verdad de la información que parecería que fuera hoy en día. Pero fue por un amigo, no se hizo daño alguno a nadie y, sobre todo, resultó divertido.



EL PAÍS, 11 DICIEMBRE 1986

La presentación mundial del intérprete polifacético Ricardo Solfa, un nuevo nombre de la canción española, se celebró el martes en la sala Elígeme, de Madrid. Solfa interpretó composiciones del maestro Armando Llamado, misterioso y hasta ahora desconocido autor. De ellos rumorean lenguas viperinas oscuras conexiones con el desaparecido cantautor galáctico catalán Jaume Sisa, que hace dos años se despidió de su público y del que se desconoce su paradero desde entonces. ¿Es en realidad Ricardo Solfa un antiguo cantante de boleros que se hizo en tiempos las rutas fluviales del Sena en barcos llenos de turistas y noctámbulos? ¿Será Armando Llamado tan misterioso como su inquietante ausencia hace suponer? ¿Acaso murió realmente Jaume Sisa o se hizo definitivamente astronauta y se perdió en la galaxia?
A lo largo de la noche fueron quedando claras algunas cuestiones, aunque al final resultara que las cosas estaban todavía, si cabe, más oscuras que al principio. Ante lo visto y oído, casi estoy en condiciones de afirmar que Ricardo Solfa nada tiene que ver con el desaparecido cantautor galáctico catalán, pese a que se observe un cierto aire de familia entre ellos. Si acaso, la sedicente imaginación del extinto Jaume Sisa, de encontrarse en algún sitio, se encontraría más bien tras la misteriosa figura del maestro Armando Llamado.
Hubo mucho de guiño en la presentación mundial de Ricardo Solfa, pero hubo además muchas otras cosas. Ante todo, un desafío estético como hace tiempo no se plantea en la música popular española. Un desafío que se mueve en todos los terrenos: en el creativo, buscando un lenguaje propio a partir de materiales considerados de derribo, y en el interpretativo, desarrollando una manera de cantar y de estar en escena que es propia y ajena a un tiempo, homenaje y parodia hermanados. Todo ello envuelto en el reto siempre difícil y apasionante de ofrecerse ante el público con una aparente sencillez que sólo es simple en lo que se oye, pero que responde en realidad a un trabajo duro y minucioso que resuelve con brillantez.
Ricardo Solfa es un fantasma de la memoria surgido para instalarse al asalto en el trono de la modernidad. Por sus venas pasea la sangre de Antonio Machín o Bonet de San Pedro, pero de su boca sale un mundo de rascacielos y amores por computadora. Es un insulto a la mediocridad.
Solitario en escena, acompañado tan sólo por un pianista y un teclista, el gesto mínimo en las manos y una impávida seriedad en el rostro, fue desgranando un ramillete de amores y desamores descritos con la imaginería de la canción española en letras de contenida belleza, restallantes de lúdicas y lúcidas reflexiones sobre las cosas del vivir. Son los suyos pasodobles que no son pasodobles, habaneras que no son habaneras y boleros que no son boleros. Un juego de sombras que conduce de la mano a la fascinación, realizado con la limpieza del malabarista y la pasión del enamorado. Un juego tan pleno que convierte en insustancial el que a veces se pueda echar de menos una base rítmica más sólida o que de cuando en cuando la sencillez sea casi espartana. Una muestra de inspiración y rigor que remite, aunque se quiera evitar, a la sombra del otro, ese tercero siempre presente en la canción española de tronío. Ricardo Solfa, Armando Llamado y el otro compartieron escenario para proclamar a los cuatro vientos que ha nacido una estrella.
 Otro que participó en la conspiración



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